Carlos Torlaschi: el cine es su pasión

Carlos Torlaschi: el cine es su pasión

Por Martin A. Biaggini

Nacido en el barrio de Bernal, en Quilmes, hijo mayor de una familia humilde conformada por un padre obrero gráfico y una madre docente, a los 15 años de edad tomó contacto con una cámara de fotos Rex, propiedad de su padre. Desde ese momento, su vida cambió por completo.

Cursó la primaria en la escuela Nº 22 de Quilmes y sus estudios medios en el Colegio Nacional de Quilmes. Tras su paso por la Escuela de Arte Cinematográfico de Avellaneda (EDAC), donde además de cursar la carrera tuvo a cargo el mantenimiento de los equipos de filmación y exhibición, se transformó en uno de los directores de fotografía más premiados, con diversos éxitos entre los que podemos nombrar “El Polaquito”, “Gerónima”, “El desvío”, “Gatica, el mono”, “El sueño de los héroes”, entre muchos otros.

Carlos Torlaschi: ¿La primera vez que fui al cine…? Recuerdo muy vagamente ese film; pero hace poco descubrí, por las imágenes, que esa película era “Un día un gato”(1); la vi en el Cine Ideal, sobre la calle 9 de Julio (en Bernal).
Terminé el secundario y empecé ingeniería en la Universidad de La Plata…, pero me gustaba más el cine. Pensé en un momento hacer las dos carreras juntas porque ahí mismo, en la facultad de Bellas Artes, estaba (y está) la Licenciatura en Cinematografía. Finalmente desistí. Intenté algunas veces entrar a la escuela del Instituto Nacional de Cinematografía (INC, en ese entonces; hoy, INCAA), que se llamaba Centro Experimental de Realización Cinematográfica (CERC), y no pude (el ingreso no era, ni es, fácil de aprobar). Me anoté entonces en “la escuela de Avellaneda”.

Escuela de Arte Cinematográfico de Avellaneda (EDAC):

La ex Casa de la Cultura de la Municipalidad de Avellaneda, que está junto a la catedral y la plaza Alsina, era un gran edificio del siglo XIX que había sido la antigua vivienda del caudillo Barceló. Allí funcionaron, hasta los primeros años de la presente década, institutos de enseñanza de distintas disciplinas artísticas (plástica, cerámica, educación por el arte, fotografía, cine). El espacio contaba además con auditorio, biblioteca y patio cubierto central, que fungía como espacio de exposición de artes visuales.

La Escuela de Arte Cinematográfico de Avellaneda (EDAC) nació en los primeros años de la década de 1970 como apéndice de la prestigiosa Escuela de Fotografía (dependiente, a su vez, de la Secretaría de Cultura del municipio). La currícula de los primeros tiempos de EDAC incluía materias sobre la especialidad y otras artes. Su matrícula habitual hasta 1978 solía ser de unos treinta estudiantes.

La llegada en 1979 (plena dictadura militar con rígida censura) de su nuevo director, Rodolfo Hermida, dio un giro copernicano a la escuela: en poco tiempo se convirtió en un completo “terciario de hecho”, con una currícula reforzada de características universitarias que generaron premios nacionales e internacionales a obras de alumnos y docentes. Además la cantidad de alumnos se triplicó (¡y hasta cuadruplicó!). Es ésa la época (hoy calificada como mítica) en la que EDAC logra ser una rara isla de discusión e innovación sobre el arte cinematográfico.

Durante esos años oscuros, sólo habían quedado en pie en todo el país dos escuelas estatales de cine: la del Instituto Nacional de Cinematografía (INC), en pleno centro porteño, dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación, y la de Avellaneda. Sus pedagogías eran diametralmente opuestas: rigidez militar en la primera, libertad creativa y de experimentación en la segunda (las escuelas privadas eran también contadas con los dedos de una mano). Suele recordarse a esa EDAC (1979/1985) como “la escuela de la resistencia”, tal como la calificó el cineasta Fernando Birri(2).

El prestigio fue tal que, en 1985, la escuela pasó a ser instituto (IDAC: Instituto de Arte Cinematográfico) y en los años 1990 pudo emitir para sus egresados el certificado oficial de validez nacional.

Carlos Torlaschi: “Cuando me inscribí (1976), en el casillero de la ficha de especialidad elegida, puse Fotografía o Montaje. Empezamos en primer año filmando con el paso súper 8 y después en 16 mm. En esas prácticas, como tenía facilidad para la electrónica, siempre me elegían para sonido (aunque no me gustaba). Después, en algún momento, me di cuenta que solamente la fotografía era lo mío.”.

Durante sus estudios, Carlos será merecedor por sus primeros trabajos de varios premios como director de fotografía, entre los que se destaca el cortometraje Vibraciones, de Gastón Biraben(3).

De ahí en más, dará inicio a su carrera en el cine profesional que comenzará de la mano de otro gran director de fotografía: Aníbal Di Salvo (responsable de cámara y/o fotografía de varias películas de Leopoldo Torre Nilsson (Piel de verano, Martín Fierro, Boquitas pintadas). Di Salvo había trabajado con Hugo del Carril, Mario Soffici, Lucas Demare, Leonardo Favio, entre otros realizadores del cine nacional. Fue en 1982 cuando Torlaschi, ya recibido y a cargo del mantenimiento técnico de la escuela, es convocado por Di Salvo para estar a cargo de la fotografía de la película “Matías y los otros”(4).

Carlos Torlaschi: El primer film en el que me pagan fue “Atrapadas”, de Aníbal Di Salvo. Creo que me contrató a mí porque no se bancaba a sus colegas (ríe). Filmé cinco películas con Di Salvo: por fecha de estreno, “Atrapadas” (1984), “El caso Matías” (1985), “Seguridad Personal” (1986), “Las Lobas” (1986) y “Me robaron el papel picado” (2009).

Trabajó con grandes directores de cine argentino, entre los que podemos nombrar a Sergio Renán, Juan Bautista Stagnaro, Leonardo Favio, Fernando Siro y Jorge Polaco, entre otros.

Carlos Torlaschi: Con (Jorge) Polaco era complicado trabajar, porque se iba de lo clásico. Por eso es que pedía cosas que estaban fuera de las costumbres de la industria (del cine profesional) y yo tenía que resolver cómo hacerlas para lograr una imagen satisfactoria. Por ejemplo, como trabajaba con la técnica de improvisación de los intérpretes, pedía filmar en un decorado sin que yo supiera con exactitud qué es lo que ellos iban a hacer. Entonces, se me ocurrió poner los faroles de modo que siempre estuviera todo iluminado, aunque no de manera uniforme. (La película a la que se hace referencia es “Diapasón”, 1986).

En 1982, Raul Tosso convoca a Carlos Torlaschi para la Dirección de Fotografía de un mediometraje, “Gerónima”, ampliado a largometraje un año después, cuando ya las condiciones del país habían cambiado (abolición de la censura incluida). “Gerónima” es un clásico que relata la historia de una mujer descendiente de mapuches que defiende su derecho a la identidad, interpretada por Luisa Calcumil. Este film independiente tiene la honrosa característica de haber sido el más premiado nacional e internacionalmente durante los primeros años de la democracia argentina.

Carlos Torlaschi: “Durante el rodaje de “Gerónima”, que se filmó en dos etapas, en la primera, terminamos todos durmiendo en la casa de la actriz, Luisa Calcumil. En la segunda etapa, se consiguió el casino de oficiales de la cárcel de Roca (General Roca, provincia de Río Negro). Fue una película sin presupuesto, todo “mangado”.

En el año 2004, Carlos recibe el premio Cóndor de Plata (otorgado por la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina) por su fotografía en el film “El Polaquito” (2003), de Juan Carlos Desanzo.

Carlos Torlaschi: “Ya había hecho una película con Desanzo (El amor y el espanto, 2001) y me convocó para El Polaquito. Fue difícil, en marzo y abril de 2002 se caía todo a pedazos y filmábamos en Constitución. Se eligió ese lugar porque poníamos la cámara y los extras eran “gratuitos”: o sea, la gente que frecuentaba la zona”.

Podemos leer en el libro “Espacio urbano y narrativa fílmica de los últimos años” (Alberto Chamorro, 2009): “En el campo de la fotografía se debe destacar el trabajo del director de fotografía Carlos Torlaschi, cuyos antecedentes incluyen La Furia, El Sueño de los Héroes y Diapasón. De acuerdo a las declaraciones del mismo director, (Fernando Musa(5)), Torlaschi logró con éxito cumplir con sus deseos y mostrar la imagen de una ciudad sin que jamás fuese descrita con palabras”.

Carlos, que hoy habita en la casa que lo vio nacer, puede ser confundida con un verdadero museo del cine: en el comedor tiene instalada una pequeña sala de cine en 35 mm (profesional), con sonido surround, sumado a otros tres proyectores de cine de 35 mm., cuatro proyectores de cine de 16 mm. (cine semi profesional), dos más de 16 mm. mudos y varios de súper 8 y 8 mm. (antiguos proyectores de cine hogareño). Sumado a eso, las paredes del lugar están repletas de latas de fílmico de distintas épocas, que contienen clásicos del cine argentino e internacional, como asi también pequeñas “perlas” o “incunables” que Carlos fue encontrando en distintos ámbitos y que atesora con mucha pasión.

Carlos Torlaschi: Son cosas que uno va juntando con el tiempo: tengo en fílmico unas 200 películas de 35 mm., también de 16 mm., súper 8, 8 mm.: todas sacadas de la basura. También algunos clásicos que están muy destruidos, como una copia de “La tregua” y otra de “La Raulito” que están rayadas, rojas; pero, bueno, son copias que tienen su historia. Por ahí, esa sola copia fue vista por cientos de miles de personas. Otras veces compré films viejos en ferias, sólo para recuperar los carretes; aunque, al verlos, me daba cuenta que eran films de 1920. ¡Hallazgos!

NOTAS

(1) Film checo de 1963, dirigido por V. Jasny, de gran éxito de taquilla.

(2) Autor y director de los clásicos Tire dié [1958] y Los inundados [1961], película que obtuvo para Argentina el primer galardón en el difícil Festival de Venecia.

(3) Gastón Biraben fue compañero de estudios de Torlaschi. Editor en Hollywood (aún hoy) tras recibirse en IDAC, regresó en 2005 a la Argentina con el fin de filmar ”Cautiva” (2006), primera película que, tras veinte años de la pionera “La historia oficial”, de Luis Puenzo, trató el tema de la apropiación de niñxs durante la dictadura).

(4) “Matías y los otros” tuvo una primera versión piloto en video de 1982 y una segunda y definitiva en soporte película en 1983, que fue estrenada en el circuito comercial un año después).

(5) Nota: Se refiere a la película “Fuga de Cerebros”, con Nicolás Cabré, dirigida por Fernando Musa (1998).

——————————————————————————————————————–

Carlos Torlaschi, reconocido Director de Fotografía, falleció ayer, 13/11/16, a los 59 años, según informó la DAC. «La comunidad de directores que lo respeta, quiere y admira, despide a un gran amigo y colaborador apasionado con el que tantas horas entusiastas de creación y de trabajo compartimos. Es inmenso el dolor y la tristeza de perderlo temprana e inesperadamente en plena actividad, cuando aún tanto tenía para brindarle al cine, este mismo arte y oficio que como él amamos todos«, dice el comunicado.

 

Pablo Parra DF de «Yo niña» y «A oscuras»

PABLO PARRA (ADF) ENFOCA SU MIRADA EN LA EXPERIENCIA DE FOTOGRAFIAR “YO NIÑA” Y “A OSCURAS”

Por Pablo Parra, ADF.

 

YO NIÑA

Conocí a la directora Natural Arpajou durante nuestro paso por la ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica) donde ella cursaba la carrera de montaje y yo la de fotografía. Una vez egresados nos volveríamos a cruzar en el rodaje de su primer cortometraje, Ana y Mateo (2009) en el que fui técnico HD y gaffer. Ya en ese entonces ella estaba trabajando el guión de un largo con tintes autobiográficos, que luego de varias re-escrituras devendría en Yo niña: la historia de una familia nada tradicional formada por la pareja hippie de Julia (Andrea Carballo) y Pablo (Esteban Lamothe) junto a su hija de siete años Armonía (la debutante Huenú Paz, verdadero hallazgo) en el sur argentino y narrada enteramente desde el punto de vista de la niña.

Natural me propuso realizar la fotografía de su ópera prima a mediados del 2016, luego de que merced a su destacada carrera como cortometrajista (sus cuatro cortos habían sido premiados en varios festivales internacionales) hubiera conseguido el apoyo de la productora AjíMolido Films y confirmado el rodaje, a realizarse íntegramente en la Patagonia, para inicios de 2017.

Tuvimos varias reuniones en esos meses previos, y en ellas Natural me fue acercando referencias de iluminación y encuadre que le gustaban, sobre todo de fotógrafos documentales que habían recorrido la zona de la comarca andina del paralelo 42, localidad donde transcurriría casi la totalidad de la historia. Desde el principio me planteó su intención de acotar al mínimo indispensable la parafernalia técnica que rodearía la filmación, de procurar evitar grandes despliegues y de aprovechar al máximo la luz natural. También de mantener un registro intimista en todo momento, concentrándonos en el vínculo entre las personas, sin dejarnos llevar por la majestuosidad del paisaje. Por esa razón optamos tempranamente por descartar el aspect ratio scope y encuadrar en 1.85:1, lo que nos permitiría además darle mayor presencia a los rostros en los primeros planos.

Teniendo eso en cuenta y ya con miras a concretar la propuesta de imagen, mi sugerencia fue otorgar un tratamiento distintivo a cada una de las tres grandes secuencias que cronológicamente narraba el guión en un lago, una ciudad y un bosque respectivamente. La idea era acompañar visualmente el desarrollo dramático in crescendo de la narración a medida que Armonía, la niña protagonista, iba captando pistas sobre su verdadero origen y los eventos iban adquiriendo ribetes más trágicos. Tal distinción vendría dada por un tratamiento particular dado a la distancia focal, la dirección de la luz, la textura y el color en cada secuencia.

En el lago trabajamos con un rango de focales de 18 a 25mm. Aprovechamos la orientación norte de la locación para generar siempre fuertes contraluces con el Sol (sobre todo en la cabellera pelirroja de Armonía). Utilizamos una combinación de filtros Tiffen Gold Difussion FX y Schneider Classic Soft para suavizar ostensiblemente la textura de la imagen y generamos una dominante de color muy cálida, de un matiz entre dorado y ámbar.

Luego, en el ámbito citadino, pasamos a capturar con un rango de 50 a 75mm (y solo ocasionalmente el 35mm), abandonamos los contras optando por un ratio de contraste más parejo y plano, atenuamos el filtrado dejando sólo un filtro SoftFX y configuramos un matiz de color más neutro.

Por último en la secuencia final del bosque incorporamos el uso del 135mm (el lente más largo que teníamos) para algunos planos, planteamos una iluminación de dirección más lateral y con un ratio de contraste mucho más alto (al extremo de no utilizar ningún relleno en las escenas nocturnas más dramáticas), descartamos el uso de todos los filtros de contraste para “endurecer” al máximo la textura y capturamos todo con un matiz de color decididamente más frío.

Para poder plantear la iluminación de ese modo en la primera y última secuencias hubo un trabajo previo codo a codo con el área de arte. Tanto la cabaña balsa del inicio como la del bosque del final se construyeron especialmente para la película, y tuve la posibilidad de solicitar la cantidad, tamaño y ubicación específicas de las aberturas en ambas construcciones para poder aprovechar al máximo la luz natural diurna en cada caso. Incluso el color de los interiores operó teniendo en cuenta el ratio de contraste al que se quería llegar, más claro en la cabaña balsa y mucho más oscuro en la del bosque.

En cuanto al equipamiento, nos decidimos en cámara por una ARRI Alexa Mini y una valija de lentes esféricos Cooke, los que ya de entrada nos brindarían una textura más suave. Luego para el área de iluminación optamos por un parque de tres HMIs (de 2.5Kw, 1.2Kw y 400w), dos Kino Celeb LED y de incandescente tres fresneles  (1 de 1Kw y 2 de 650w), tres Dedolights, y dos abiertos de 800w, además de un kit de 4 lámparas chinas de diversos tamaños y potencias. Todo el parque no llegaba a sumar 10Kw en total, y nunca llegamos a usar más de 5Kw para la misma escena, por lo general de interiores o exteriores noche ya que durante el día procurábamos resolver toda la iluminación trabajando la luz natural con rebotes, difusiones, etc.

El equipo estuvo conformado por Constanza Sandoval y Joaquín Lucesoli como foquista y segundo de cámara, y por Francisco NishimotoValeria Lachman y Llao Navarra como gaffer, jefa de eléctricos y eléctrico respectivamente. El trabajo de todos fue impecable y contribuyó en grado sumo a poder completar un plan de rodaje muy demandante que sufrió muchos reveses climáticos e imponderables de todo tipo a lo largo de las cinco semanas de rodaje.

Destaco como gran aliciente para el trabajo, más allá de la evidente belleza de las locaciones exteriores patagónicas, otro que quizás pasa más desapercibido y es la gran fotogenia del trío protagónico. Tanto Esteban Lamothe como Andrea Carballo y también especialmente Huenú Paz, la niña del título, poseían esta elusiva cualidad, más relacionada a una suerte de magnetismo que se genera en el plano con su presencia que con el mero aspecto físico. Realmente fue un placer fotografiarlos y estoy seguro de que buena parte de los elogios que cosechó la película por su trabajo de imagen se debe a ellos, a ese carisma con que impregnaban siempre a sus planos.

Durante la etapa de dosificación trabajamos junto a la colorista Laura Viviani, con quien ya había abordado antes varios proyectos y siempre con excelentes resultados. Nos concentramos en remarcar las ya citadas características de cada secuencia, permitiéndonos también llevar el material al límite de sus posibilidades en las escenas más extremas de contraste, logrando así las que creo fueron algunas de las imágenes más atractivas de la película: Armonía nadando en el lago y asoleándose luego, la discusión en la cabaña de Pablo y Julia previa a la partida de aquel, la búsqueda nocturna de Julia en el bosque, etc. Particularmente esta última presentaba un desafío extra porque mezclaba capturas nocturnas con otras que se habían hecho de día con la intención de concretar una noche americana. Creo que el trabajo realizado con Laura logró que ambas se complementaran perfectamente, de modo tal que ningún espectador no avisado sabría decir cuál plano era originalmente diurno y cuál no.

Todos quedamos muy conformes con el resultado final, y por fortuna la película tuvo una recepción entusiasta por parte de la crítica y el público durante su estreno en la competencia argentina del Festival internacional de Mar del Plata, donde además generó un intenso boca a boca que llenó todas las funciones. Creo que no fue casualidad; que se debió a que hay una fibra sensible muy profunda que Natural logra tocar en los espectadores cada vez que lleva algo a la pantalla, y que sin duda logra alcanzar en esta nueva producción, dado que muestra retazos de su propia historia.

Ha sido un verdadero orgullo colaborar con ella para llevar adelante este proyecto tan personal.

 

A OSCURAS

Con Victoria Miranda ya habíamos trabajado juntos en dos proyectos: primero para la miniserie Los pibes del puente (2011) y luego para su primer largometraje de ficción Eso que llaman amor (2014), este último co-fotografiado con el colega Ariel Contini y producido de modo independiente vía crowdfunding.

Poco después de ese proyecto recibiría el guión de A oscuras, historia que narra el ingrato devenir de tres personajes que trabajan de noche y duermen de día: Lola (Esther Goris), una veterana actriz que ha conocido tiempos mejores; Ana (Guadalupe Docampo), una bailarina con aspiraciones que ha terminado en un club nocturno en relación con un proxeneta y Lucio (Francisco Bass), “dealer” cocainómano en un bar VIP que se va perdiendo progresivamente en su adicción.

Junto con el guión le llegó a Victoria la propuesta de dirigirlo, y desde entonces empezamos a intercambiar ideas para ir afinando el tratamiento visual, e incluso llegamos en determinado momento a rodar un tráiler para promover la búsqueda de financiamiento.

Durante el 2017 se concretó finalmente el apoyo del mecenazgo cultural y también el acceso a un crédito del INCAA, con lo que se pudo abordar la pre-producción a fines de ese año y el rodaje a inicios del 2018.

Victoria tenía muy claro que quería un abordaje de cámara muy distinto al de los proyectos anteriores, los cuales habían sido capturados en su mayor parte con cámara en mano y en formato 1.77:1 para la serie y 1.85:1 en la película. En este nuevo proyecto tenía la intención de encarar la puesta de cámara con movimientos más largos, prolijos y coreografiados, desplazándose más “tridimensionalmente” por el espacio en algunas tomas, buscando jugar más con un montaje interno en cada encuadre y no tanto con el corte permanente. Sugerí entonces por un lado incorporar el Panther como accesorio principal de cámara, el cual nos permitiría obtener la fluidez requerida, y por otro explorar las posibilidades del formato scope 2.35:1, con el que podríamos integrar más elementos interactuando entre sí dentro del encuadre, aprovechando el ratio más apaisado.

Victoria aceptó ambas sugerencias, y acto seguido preparamos junto a la foquista Julia Buratovich una prueba con los lentes anamórficos Lomo, cuya textura suave yo quería testear. Los resultados fueron muy alentadores. Sobre todo en los primeros planos con el 75mm la imagen lucía fantástica. Las pieles adquirían una cualidad etérea que nos impresionó mucho a todos, por lo que decidimos usar estas ópticas para toda la película.

Le doy mucha importancia en todos los proyectos a la etapa de indagación sobre la textura de captura. Dedico bastante tiempo a considerar y testear distintas opciones hasta hallar la que creo más adecuada. Hoy por hoy la combinación de un sensor de alta resolución con un lente de mucha definición cuya captura se proyecta luego digitalmente permiten lograr muy fácilmente una textura hiperrealista en la imagen. Es algo que hasta hace muy poco no acostumbrábamos a ver en el ámbito del cine (quizás sí más en la TV y/o los videojuegos), y que abre sin duda un camino nuevo para explorar. Sin embargo entiendo que no se trata de una opción válida “per se” para todos los proyectos, y que en ocasiones es mejor acoplarse a aquella tradición previa en la que los “artefactos” producto de las limitaciones del medio para capturar la realidad terminaban sumando sentido.

Interpreté que A oscuras representaba una de esas ocasiones en las que cierta degradación de la textura era bienvenida. La resolución de los Lomo se hallaba lejos de ser la ideal para una captura perfecta, para una reproducción fidelísima de la realidad. Perdían definición en los bordes, “respiraban” ostensiblemente al cambiar el foco, eran suaves y muy propensos a halos y brillos no deseados si no se tenía cuidado con la entrada de luces parásitas. Y sin embargo la imagen resultante sintonizaba perfectamente con el tono visual que queríamos para la película. Nos lanzamos entusiasmados a usar la valija en el proyecto en combinación con la AlexaMini, de la que aprovechamos su sensor 4:3 para la captura anamórfica.

El guión narraba en un 90% situaciones de los tres personajes en su ámbito de trabajo y en el de sus casas. Junto con Catalina Oliva, la directora de arte, configuramos una paleta específica de color para cada lugar de trabajo nocturno: dominante azul cianótica en el cabaret de Ana (deliberadamente queríamos alejarnos del cliché de la dominante roja), tintes naranjas cálidos en el bar de Lucio y levemente verdosos en el teatro de Lola. En los tres jugaríamos una iluminación más contrastada y con presencia de penumbras que en las casas, cuyo ámbito diurno sería más uniforme, en los tres casos con una paleta más neutra y un ratio de contraste más suave, parejo y brillante.

El parque de luces consistió principalmente en HMIs de la serie M de ARI y LEDs Skypanel, suplementados por LEDs Falcon, que en algunas situaciones eran mucho más prácticos y versátiles por su menor tamaño y peso. En menor medida usamos tungstenos en lámparas chinas y para escenas puntuales en el teatro y el cabaret equipamiento especial de seguidores teatrales.

El equipo quedó conformado por la ya mencionada Julia Buratovich como foquista, Carolina Rolandicomo segunda de cámara la primera semana y luego Francis Farrell para todo el resto, Susana Leúndacomo DIT, Marco Médici y Pablo Villarreal como grip y asistente de grip respectivamente. Manuel Canalescomo gaffer asistido por Manuel Juncker como jefe de eléctricos y Sergio Céliz como eléctrico, con el refuerzo de Sebastián Mendelberg y Carlos Sosa en algunas jornadas con puestas más complejas.

Durante el rodaje de cuatro semanas pudimos abocarnos a ejecutar el diseño visual acordado sin grandes sobresaltos. En tal sentido el equipo jugó un papel destacadísimo. Julia tuvo desafíos importantes prácticamente a diario con el foco (el cual con los lentes anamórficos ya era de por sí más difícil) con tomas largas y coreografías complejas que resolvió siempre impecablemente, Marco me permitió exprimir el Panther al máximo y concretar todos los grips especiales que teníamos pensados (incluidas varias escenas de cámara car), y gracias a la fluidez con que trabajaron Manu y todo su equipo pudimos completar todas las puestas en los tiempos previstos, además de haber sido invaluable el aporte de su presencia constante en el monitor mientras yo hacía cámara para tener un feedback de todo lo que ocurría con el encuadre.

Durante la dosificación, nuevamente junto a Laura Viviani, trabajamos puntillosamente para destacar la paleta elegida de cada secuencia, afinamos reemplazos de fondos y retocamos las imperfecciones de algunos movimientos. Una labor paciente y dedicada a lo largo de seis jornadas en las que creo logramos llevar el material a su mejor versión posible.

La película se estrenó a principios de enero de 2019, y creo que Victoria supo abordar el desafío de dirigir su primer largometraje con guión ajeno, logrando que la performance actoral del trío protagónico se destaque y logrando concretar una propuesta formal muy distinta a la que venía trabajando previamente.

 

Emiliano Penelas DF de película «El kiosco»

 

Se estrena el largometraje “El kiosko”

Por Emiliano Penelas (ADF)

Conozco a Pablo G. Pérez desde hace muchos años, un gran amigo con el que he compartido hermosos momentos y además tuve la suerte de fotografiar la mayoría de sus cortos, que han recibido premios en festivales de todo el mundo. Entre los más destacados se encuentra el cortometraje Lo llevo en la sangre (2004), perteneciente a Historias Breves 4; en 2009 realizamos Sinsabor, ganador del concurso “San Luis Cine”; y en 2012 se llevó a cabo Ojos, ganador del premio Mejor Cortometraje Argentino en el 27° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, entre otros premios. Hace muchos años que Pablo viene desarrollando este proyecto de largometraje, y desde entonces la idea era formar parte del equipo que él supo construir. Los dos estudiamos con el maestro José Martínez Suárez y su influencia como formador de grupos es fundamental.

Con Pablo tenemos un gusto común por un tipo de cine, y el conocimiento de tantos años hace que nos entendamos con gestos mínimos. La película tiene muchos pasajes de comedia, pero también momentos de mucha emoción, lo que permitió un abanico de opciones que enriquecieron el trabajo desde la fotografía. Al mismo tiempo conocimos a la directora de arte, Luciana Kohn, y la vestuarista Rocío Peyró, con quienes trabajamos muchas veces en otros proyectos, haciendo que la relación fuera muy fluida tanto en la previa como en el rodaje. Como señalé antes, Pablo sabe construir equipos de trabajo, y aunque el rodaje fue arduo, también resultó muy placentero desde ese punto de vista.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En cuanto a mi rol en particular, soy un gran admirador de director de fotografía finlandés Timo Salminen, en particular la obra realizada con su compatriota Aki Kaurismäki. Admiro su forma de iluminar, la estética de color y contraste que utiliza y la forma desprejuiciada con la que “pinta con luz”. Salvando grandes distancias, y adaptándonos a nuestra narrativa, se puede decir que utilizamos su estilo como inspiración para ciertos momentos de la película, sobre todo en las noches y algunos interiores como la oficina, la casa del protagonista y la financiera.

La cámara utilizada fue la Blackmagic Design Ursa mini 4.6k, y trabajamos con un juego de lentes Rokinon Xeen 16 (f2.6), 24, 35, 50 y 85mm (f1.5). El formato de rodaje y proyección fue 1:1.85. Además, en escenas puntuales recurrimos a una cámara DJI Osmo 4k y para las tomas aéreas un drone Phantom 4 Pro+. En cuanto a luces, utilizamos mayormente fresneles, un par de HMI (2.5 kw y 1.25 kw) y algunos fluorescentes.

Fueron seis semanas de rodaje muy intensas. Muchas locaciones, algunas de ellas complejas, como el propio kiosco del protagonista. Sin duda esa locación resultó la más compleja, ya que se trataba de un espacio pequeño y por momentos de difícil maniobra para armar las puestas de luz o colocar travellings. Se trataba de un local alquilado y transformado especialmente para la película, pero con dimensiones que lo hacían complejo. Más allá de eso, creo que sorteamos las dificultades con mucho trabajo.

Filmamos también en una pizzería real en Vicente López, con sus particularidades en cuanto a espacio y disponibilidad; en oficinas ubicadas en la localidad de San Martín, en la que también hicimos algunos exteriores; y durante muchas jornadas en la locación que sería la casa del protagonista, en Villa del Parque. La casa del padre de Mariano también resultó ser una locación exigente en cuanto a espacio, pero es importante destacar acá el esfuerzo y dedicación de todo el equipo de fotografía.

La película tiene más de 1500 planos, por lo que el plan de rodaje estuvo siempre muy ajustado. Para agilizar el trabajo realizábamos las plantas de las locaciones con el gaffer Marcelo Ragone y el asistente de dirección Martín Alonso en un trabajo conjunto para poder llevar adelante el rodaje.

Estoy muy satisfecho con las escenas nocturnas. El principio del film en el que se quiere dar un toque de dramatismo, casi policial, relacionado con una escena clave que se desarrollará con posterioridad, y escenas de exterior noche.  También creo que se lograron puestas interesantes en el “consultorio” de Charly, el pizzero interpretado por Roly Serrano, y los momentos de intimidad entre Mariano (Pablo Echarri) y Ana (Sandra Criolani).

Sin duda el pasaje más dificultoso fue la postproducción de color, que llevó mucho trabajo, problemas y un proceso que terminó siendo mucho más complejo de lo deseado y esperado.

En cuanto al producto final, sin duda la fotografía colabora llevando adelante el relato. La película tiene un guión muy fuerte y creo que la fotografía acompaña a la idea de mezclar comedia y emoción.

FICHA TÉCNICA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El kiosco
(Argentina, 2019, color, 95 minutos)

Sinopsis
Harto de su trabajo en una oficina, Mariano decide darle un giro a su vida. Tras aceptar un retiro voluntario, invierte el dinero obtenido y todos sus ahorros en la compra del kiosco de Don Irriaga, un lugar repleto de buenos recuerdos en el barrio de su niñez. Poco tiempo después, descubre que la calle sobre la que está ubicado su flamante kiosco será próximamente cerrada al tránsito para hacer un viaducto, obra que dejará a su emprendimiento completamente aislado. Condenado a una ruina inminente, Mariano tiene los días contados para hacer “algo” que los salve, a él y a su familia, antes de que la calle quede clausurada. Para eso, deberá confrontar con la adversidad, con sus afectos y, sobre todo, consigo mismo.

Guión y Dirección: Pablo Gonzalo Pérez.
Asistente de Dirección: Martín Alonso.
Dirección de Arte: Luciana Kohn.
Vestuario: Rocío Peyró.
Dirección de Fotografía: Emiliano Penelas (ADF).
Montaje: Guille Gatti (EDA), Pablo G. Pérez.
Música Original: Carlos Ramírez Mendoza.
Sonido Directo: Juan Bernardis y Mariano Castro.
Dirección de Sonido: Pablo Isola.
VFX: Diego Arias.
Marketing y Diseño Gráfico: Silvia A. Pérez.
Producción Ejecutiva: Daniel Burak, Alejandro Gruz y Gato Martínez Cantó.

Elenco: Pablo Echarri, Roly Serrano, Georgina Barbarossa, Sandra Criolani, Mario Alarcón, Martín Rocco, Ruben Pérez Boreau y Olivia Gukenheimer.

Equipo de fotografía
Dirección de Fotografía y cámara: Emiliano Penelas (ADF).
Asistente de cámara: Darío Longobucco
Segundo asistente de cámara: Mariano Maximovicz
DIT: Leandro Bordakevich.
Gaffer y operador de Steady Cam: Marcelo Ragone
Jefe de eléctricos: Agustín Bruzzese.
Eléctricos: Nicolás Castillo y Daniel Avincenta.
Operador de drone: Jonathan Plat.
Corrección de color: Nadia Amorena, Nahuel Snrec, Marcelo Ragone y Emmanuel Gramajo.

 

Una película de…

Hace unos pocos años recibí una llamada de un director con el cual habíamos colaborado en una película independiente, un proyecto que tuvo por supuesto ciertas comodidades presupuestarias de salarios, equipo técnico y de rodaje. Era la ópera prima del director, pero este tenía un buen currículum dirigiendo escena, su familiaridad con el teatro fue importante, aunque no práctica. Sin embargo, nos lo pasamos muy bien haciendo la película, y resultó en un esfuerzo creativo particularmente valioso.

Arranqué disfrutándolo desde el inicio en preproducción, donde se discutió el estilo y el tono hasta que las velas no ardan. Los scouting de locaciones habían sido gratificantes, ya que el director estaba abierto a mis comentarios sobre beneficios prácticos y el look de cada lugar. Hicimos pruebas y tuvimos a disposición una suite de Grading para crear las LUT para la película, y decidimos favorecer los lentes de gran angular mientras discutíamos la sensaciones inmersivas y dinámicas que nos provocaban los primeros planos sobre los rostros de los actores.

Una vez finalizada la producción, dimos los toques finales a la película en la suite de color y luego pasé al siguiente proyecto. Entonces, cuando el director me llamó, me emocionó escuchar que la película había sido invitada a un pequeño pero prestigioso festival de cine. Continuó diciéndome que le habían pedido que yo asista, pero desafortunadamente no pudieron proporcionarle viaje ni alojamiento al director de fotografía. Sin embargo, sugirió que sería fantástico si pudiera ir de todos modos, especialmente teniendo en cuenta nuestra estrecha colaboración.

Así que fui un par de semanas más tarde, emocionado y colmado de esperanza de que por fin habría algún reconocimiento de nuestro arduo trabajo.

Intenté reservar una habitación en el hotel del director, pero las tarifas eran prohibitivas debido al festival, así que encontré un alojamiento modesto a pocos kilómetros de la ciudad. Me tomé un Uber para ir al estreno, pero, por supuesto, el modesto Uber no tenía permitido dejarme en el frente del teatro. Mientras caminaba desde el auto hasta el lugar del evento vi al director llegar en su 4×4 negra, desde el cual fue llevado rápidamente a la alfombra roja de la sala de cine. Treinta minutos más tarde, entré con el resto de la audiencia. Me senté en la primera fila y me dijeron que podría haber algunas preguntas de la audiencia durante el debate previo a la proyección.

Hubo un gran aplauso cuando el conductor del festival, un destacado crítico de cine, invitó al director del film al escenario. Al principio, hablaron sobre lo que había inspirado al director a tomar este guión. Pero luego, cuando la conversación cambió al lenguaje cinematográfico (el aspecto y el tono de la película) y el director comenzó a compartir sus intenciones, me pregunté si estaba en el teatro equivocado. De lo que él habló no tuvo nada que ver con nuestra colaboración intensiva en la preparación, nuestras discusiones filosóficas en el set o la expresión de nuestras sensaciones sobre el color y la densidad durante la postproducción. Hizo referencia al drama y la literatura que nunca habíamos considerado. Y cuando llegó el momento, habló sobre Basquiat y Rembrandt, una pareja rara por lo menos, dos artistas que nunca habíamos nombrado.

Fue entonces cuando me di cuenta de que no se refería a “nosotros” o “nuestra”, sino simplemente a “yo” o “mi”.

De la nada, el director me señaló en la primera fila, presentándome como “mi director de fotografía”. Después de un breve reconocimiento de la audiencia, el moderador preguntó si había alguna pregunta para el director de fotografía. Había una: “¿Qué cámara usaste?” Me quedé sin palabras. Un pensamiento corrió por mi cabeza: “Qué irrelevante”, pero mi pensamiento evitó ser vocalizado cuando el conductor interrumpió para anunciar que, por motivos de tiempo, teníamos que comenzar a proyectar la película.

Inmediatamente una agradable y confortable oscuridad descendió sobre el teatro. Aliviado, me dejé caer en mi asiento. Pero luego, en la pantalla que estaba a solo dos metros de distancia sobre mi cabeza, el primer título apareció en la oscuridad: “UNA PELÍCULA DE …”

Hace poco más de 100 años, en 1915, el icónico cineasta estadounidense D.W. Griffith (con el director de fotografía Billy Bitzer, ASC al mando de su cámara Pathé) afirmó en los créditos de “El nacimiento de una nación” que la película era “una película de” nada menos que él mismo. Fue la primera aparición de lo que ahora se conoce comúnmente como un “crédito de vanidad”. Como Margaret Heidenry escribió para Vanity Fair en 2015, la práctica se ha convertido en “una fuente continua de conflicto de plató de exteriores entre directores y casi todos los demás cuyos nombres se desplazarán en el rol final de una película. Cuando un director califica una película como suya, el argumento se perpetúa: él o ella desmerecen las contribuciones creativas de 500 profesionales entre elenco y miembros del equipo, rebajando a todos a una simple imagen mediocre al tiempo que alzan su propio estatus”.

Probablemente no sea una coincidencia que ASC se fundó hace 100 años, cuando el debate sobre el “crédito de vanidad” estaba empezando a molestar. Nuestros fundadores en la formación de la Sociedad estaban muy preocupados por el papel del “camarógrafo”, tal como se mencionaba en aquellos días. Buscaron un reconocimiento artístico y se esforzaron por educar al mundo en que un director de fotografía no era solo un técnico con una cámara, sino un artista visual que contribuía a la narración real. Y así fue como nuestra Sociedad se fundó como la Sociedad Americana de Cineastas (cinematographers), y no la Sociedad Americana de Camarógrafos.

En su artículo de Vanity Fair, Heidenry continuó: “Un director que estampa su ADN creativo en todo, desde el vestuario de una película hasta la cinematografía, disminuye el medio inherentemente sinérgico del cine representado por los otros 13 gremios y sindicatos de la industria”.

En particular, el Gremio de Escritores ha estado más o menos abiertamente en guerra por el crédito de vanidad esencialmente desde su primera aparición. En 1966, la WGA y la Alianza de Productores de Películas y Televisión forjaron un acuerdo por el cual un director sólo podía reclamar el crédito de vanidad si él o ella también habían escrito el guión; El rechazo de los directores fue inmediato y vehemente, y el fallo fue abandonado. Siguieron más batallas y, luego, en 2004, el Gremio de Directores aceptó sus propias pautas para el crédito, pautas que también definieron como “no vinculantes”.

Entonces, después de un siglo de debates y discusiones, los escritores y cineastas siguen encontrándose en la misma incómoda posición. Considere los deberes del director de fotografía como se señala en la mayoría de los foros públicos, Wikipedia por ejemplo: “Un director de fotografía o Cineasta es el jefe de cámara y equipos de iluminación que trabajan en una película, producción de televisión u otra pieza de acción en vivo, y es responsable de tomar decisiones artísticas y técnicas relacionadas con la imagen”.

Wikipedia continúa con una observación significativa: “El director de fotografía o cineasta selecciona la cámara, el material de película, las lentes, los filtros, etc., para realizar la escena de acuerdo con las intenciones del director. Las relaciones entre el director de fotografía y el director varían. En algunos casos, el director permitirá al cineasta independizarse completamente; en otros, el director permite poco o nada, incluso llegando a especificar la ubicación exacta de la cámara y la selección de la lente. Este nivel de participación no es común una vez que el director y el director de fotografía se sienten cómodos entre sí; El director generalmente transmitirá visualmente al director de fotografía lo que se quiere de una escena y le permitirá al director de fotografía libertad para lograr ese cometido”.

Lo que se destaca de todo esto es que el significado de “colaboración” se aplica de forma selectiva. En el principio de un proyecto la colaboración entre director y cineasta surge de manera natural, pero suele erosionarse en la postproducción y difusión del proyecto. Francamente, no tengo conocimiento de que los directores de fotografía traten de obtener el crédito de los directores, pero ocurre que los directores extraen los créditos de los directores de fotografía, incluso con el crédito “película de”.

Hoy en día, cada vez más directores están fotografiando sus propias películas, y el crédito de posesión parece ser tan popular como siempre. Steven Soderbergh ha estado fotografiando durante mucho tiempo sus propias películas, pero en su caso, no solo se ha mantenido alejado de reclamar “una película”, sino que ha sido un opositor vocal de ese título. El cine, argumenta, es un medio de colaboración donde todos los que trabajan en él forman parte del proceso. “Una película de” es un crédito destructivo, vanidoso. No podría estar más de acuerdo.

Revista ADF

Abril 2019

 

Luz, cámara y pasión en «Lobos»

Por Mariana Russo (ADF)

Conozco a Rodolfo desde que participé de ayudante en la Cátedra Bornia-Durán de Diseño en Imagen y Sonido de la UBA. Ya hicimos dos películas juntos: las comedias El Karma de Carmen y Cuando yo te vuelva a ver.

Con Rodolfo trabajamos la propuesta estética desde el principio. Hice una propuesta para la presentación del INCAA hace unos años y después volvimos a retomar la lectura del guión que se adaptó a las nuevas necesidades de producción.

Rodolfo es un amante del cine clásico y para encarar esta película revisamos su cinemateca personal. Volvimos a mirar El círculo rojoEl SamuraiEl Ejército de las sombrasy Un flic de Jean-Pierre Melville.  También dieron vuelta Chinatown de Polansky, Taxi Driverde Scorsese y La noche del cazador de Charles Laughton.

Desde el principio quedó claro que en la paleta de colores el azul iba a tener un significado y un tratamiento especial. En este caso, la película comienza con una secuencia de lluvia en invierno. Esto nos generaba y nos garantizaba un clima inicial casi monocromático, gris azulado, como en las películas de cine clásico. El film tiene dos climas claros: el inicio, en que se ve cómo funciona esa familia, donde hay un invierno metafórico de Nieto (protagonizado por Fanego) y desde la mitad de la película en adelante el clima se vuelve más cálido porque hay un retorno al hogar, una esperanza de progreso aunque inmerso en esta tragedia policial que viven los protagonistas.

Rodolfo tenía muy claro, desde las primeras lecturas de guión, el tratamiento de la cámara. Se utilizaron carros clásicos lentos para algunas escenas específicas y otras con cámara en mano para las escenas donde nos acercamos a vivir la tensión de los personajes y su movimiento interno. Hizo un guión técnico muy ajustado a conciencia para las locaciones y los tiempos que teníamos por delante y se cumplió.

Los desafíos técnicos mas importantes que tuvimos fueron las escenas nocturnas, la secuencia de lluvia y las escenas sobre el agua y con neblina, filmadas en Lobos.

Para las escenas en el lago, Rodolfo quería mantener esa narración suspendida que dan las tomas en carro, con movimientos suaves, pero esas tomas sucedían dentro del agua y si las filmábamos desde otro bote, la coherencia de la propuesta de cámara se “rompía “porque la cámara iba a copiar el movimiento del agua; entonces le planteé trabajar sobre tierra para que pudiese hacer esos movimientos lentos que soñaba. Pusimos el bote en tierra, planteamos el carro y con un lente apropiado quedó verosímil la secuencia. También pusimos una grúa en carro sobre el muelle, para hacer las tomas de hora mágica.

Otro desafío que tuvimos fue la verosimilitud del espacio “cabaña”. Tuvimos que realizar una serie de ajustes y planificar para que el interior y el exterior “empaten”. El interior se realizó en un espacio muy reducido en Avellaneda, antes que la filmación de los exteriores y con el tiro de cámara justo para contar la secuencia. Ese interior en la fachada de la cabaña no existe, es una maqueta adosada por FX en postproducción. Toda la lógica espacial de la cabaña debía ser verosímil a la acción.

Las escenas con Neblina también requirieron trabajo de planificación para fotografiar con croma key en exteriores. El desafío mayor que tuvimos fue la continuidad de la secuencia final porque se filmó en diferentes momentos del día, a dos cámaras y con el tiempo acotado para cada plano.

Aprovechamos lo posible cada espacio, paisaje y cada hora mágica para darle a la narración esa posibilidad de contar la comunicación que tienen los personales con el paisaje que los rodea.

Es satisfactorio que una película que cuenta con una producción a pequeña escala logre sortear los obstáculos de la coyuntura en que vivimos y los problemas que tiene el cine nacional actualmente. Me da verdadera alegría, desde mi labor y la de todos los técnicos y profesionales que participaron, el poder nutrir de producción nacional a las pantallas de nuestro país. Sin duda estoy feliz con el producto final y considero que pudimos sacarle provecho a todos los recursos que se nos presentaron para contar esta intensa historia.

Desde el inicio de mi carrera en el cine quise hacer un policial.  Hoy puedo decir que es un sueño cumplido.

Ficha Técnica

LOBOS
Dirección: Rodolfo Durán

Equipo técnico

DF: Mariana Russo (ADF)

Gaffer: Virginia Rojas

Camarógrafa: Mariana Bruno

Jefe de eléctricos: Ricardo (Beto) Romero

Foquista: Javier Cortiellas

Grip: Marco Medicci

Eléctrico: Marcelo Salgado

2da Asistente de Cámara: Raisa Aid

FX: Colorista Fabián Dueck

 

SINOPSIS

La familia Nieto vive del crimen. Asaltos y robos express comandados por el policía Molina, quien asigna las misiones que serán ejecutadas por Nieto y su yerno Boris como secuaz. Nieto ya tiene más de 60 y quiere retirarse y dejarle algo a sus hijos: Nati, peluquera, y Marcelo, el hijo menor que trabaja de seguridad en una empresa y no quiere volver a involucrarse en esos trabajos. Una última misión podría darle a Nieto la tranquilidad del retiro y cierto bienestar a su familia. Pero las cosas no salen como esperan. Marcelo debe volver a la acción y la situación irá de mal en peor.

 

Fotografia pelicula «La flor» de Mariano Llinas

SOBRE LA FOTOGRAFÍA DE LA FLOR: UNA FOTO-SÍNTESIS

Por Agustín Mendilaharzu

Hablar de la fotografía de La Flor es, necesariamente, hablar de El Pampero Cine. Esta película la hicimos durante casi diez años y es un enorme sistema en el que confluyen las reflexiones de nuestro grupo a lo largo de toda su historia. Por eso, y porque creo que los procesos artísticos deben ser productores de y no producidos por ideas, voy a intentar un recorrido más o menos cronológico.

Debo decir que, si bien creo justo que sea yo quien escriba esta nota, la fotografía de La Flor fue un hecho eminentemente grupal y colectivo. Cuatro nombres se repiten en los créditos junto al mío: Inés Duacastella (que hizo el color, además de fotografiar varias escenas), Yarará Rodríguez (ADF), Sebastián “El Mago” Cardona y el propio Llinás, que filmó buena parte del Episodio 3 en soledad.

El principal antecedente de La Flor es Historias Extraordinarias. Pero esa película tiene, también, sus propios antecedentes. Para cuando empezamos a filmarla, a fines de 2006, El Pampero había acumulado una larga experiencia haciendo los documentales e institucionales que sostenían económicamente a nuestra pequeña productora y constituían, junto con la docencia, nuestro medio de vida. También habíamos hecho algunos films de presupuesto y dimensiones mínimas, de corte mayormente documental (algunos de ellos, con la complicidad de nuestros amigos Mariano Donoso e Ignacio Masllorens). Creo que en esas experiencias se forjó el estilo visual de HHEE. Ese estilo debe ser entendido como una respuesta a las fuerzas y a las limitaciones de la cámara que teníamos: la Canon XL2, formato MiniDV. En general, la fotografía de las películas del Pampero debe ser entendida como una respuesta ecológica y orgánica a un complejo ecosistema que incluye y nuclea a todas las áreas que componen las películas.

Nunca dudamos acerca de usar esa cámara: muy pronto entendimos que el rodaje de HHEE no sería uno concentrado en x cantidad de semanas, sino uno extendido en el tiempo. Que sería como filmar una gran cantidad de cortometrajes, cada uno con sus necesidades, y siempre con equipos reducidos al máximo. Esto sólo era posible con una cámara de nuestra propiedad.

De las experiencias anteriores con la XL2 (aquellos documentales e institucionales) habíamos aprendido a trabajar casi exclusivamente con teleobjetivos y diafragmas abiertos al máximo. Solo así lográbamos algo cercano a la textura cinematográfica. En cada plano intentábamos definir figura y fondo y distribuir volúmenes y colores de modo tal de simplificar lo más posible las composiciones.También, de que pudieran deducirse fácilmente los fundamentos geométricos que organizaban el cuadro. A menudo hablábamos del concepto de línea clara, tomado del historietista belga Hergé. El combo se completaba con la tendencia a la subexposición (descubrimos que también eso volvía menos “videosa” la imagen) y el aprovechamiento del magnífico estabilizador óptico que el lente zoom de esa cámara traía (y gracias al cual eran posibles las cámaras en mano hechas en teleobjetivo). También desarrollamos gran predilección por los días nublados o las horas de sol bajo. En cuanto a la puesta en escena, a grandes rasgos, la experiencia documental la dominaba: armábamos la escena con cierta autonomía de la cámara, y luego el teleobjetivo buscón y errante la registraba. La voz en off que rige la narración de la película acabaría de dar coherencia a ese material a menudo caótico.

Para cuando empezamos a filmar el Episodio 1 de La Flor, nada ponía en duda que la XL2 sería la cámara de toda la película. El estilo visual de este episodio es deudor de esos aprendizajes anteriores. La gran novedad era la inmensa importancia de la variable actoral – tan postergada en HHEE, tan exacerbada acá. El decorado principal es un edificio de piedra con ambientes muy amplios y muchas ventanas. Este interior fue tratado como un exterior: se filmaba teniendo en cuenta las horas del día para sacar el mejor provecho posible de la luz natural (casi no contábamos con faroles) y se aprovechaban los tiros largos para usar teleobjetivos extremos. El lente a menudo mantenía el criterio inquieto, pero ya no guiado por la intuición documental, sino por una rigurosa partitura dominada, sobre todo, por la música de los diálogos, en la que Llinás ponía un interés obsesivo. También trabajamos con especial denuedo el primer plano, buscando junto con las actrices (las integrantes del grupo Piel de Lava, protagonistas y coproductoras del film) la posición y la expresión justas del rostro. La insistencia con el teleobjetivo hacía que planos y contraplanos con referencia fuesen construidos con distancias irreales y marcas extremadamente rígidas. Todo esto le dio a este rodaje una complejidad técnica inmensa para el elenco, cuya experiencia hasta entonces era eminentemente teatral. Ahora creo que fue muy bueno que el film empezara así, demostrándonos a todos, una vez más, que el cine es, según la hermosa frase de Bazin sobre Bresson, un arte difícil.

En cuanto a los exteriores, intentamos tratarlos con un grado de síntesis tendiente a la abstracción, buscando colores plenos, sombras blandas y formas definidas – y siempre atentos a despegar figura de fondo. Otro de los motivos que aparecieron con fuerza en este episodio fue el uso expresivo del fuera de foco, menos atado a un criterio convencional (acompañar al personaje que ejecuta la acción principal) que a uno pictórico y atmosférico. Además del zoom de cámara, usamos lentes de fotografía Canon L (un 85 mm f 1:1.8 y un 50 mm f 1:1.4) mediante un adaptador que tenía como consecuencia no deseada la multiplicación de la distancia focal por 7. Consecuencia que, por supuesto, nos parecía fantástica.

El paso del Episodio 1 al 2 marca el ingreso (definitivo) en el film de las DSLR (la Canon EOS 7D es la cámara mayoritaria de LF). Creo que todavía estamos reponiéndonos del impacto que significó poder obtener una imagen cinematográfica usando un 24 mm, un 35 mm o un 50 mm. Por suerte para nosotros, que estábamos tan acostumbrados a trabajar en contra de la cámara y habíamos obtenido una extraña fuerza de ese ejercicio, estos nuevos aparatos traían consigo sus propias restricciones: la baja tolerancia al movimiento brusco y la ergonomía anti cámara en mano. Los planos se volvieron más rígidos en su concepción, pero la puesta en escena se volvió más sofisticada, reemplazando la inquietud del teleobjetivo por el movimiento interno del plano y las coreografías más complejas del elenco.También, creo, aprendimos a trabajar el plano con mayor rigor y con mejores herramientas para disponer los elementos que lo componen (entre muchos otros, los fotográficos). La idea de estilización de los exteriores fue extremada en este episodio, al punto de construir una ciudad de geografía y tiempo imprecisos. Acá ingresan también al film los interiores iluminados artificialmente. Para mí, esta es la parte del rodaje en la que descubrí con qué poco (una valija con bolas chinas, portalámparas y focos domésticos, dimmers y lightdiscs) puede iluminarse una película hoy en día – hasta qué punto podemos seguir pensando en formas más ecológicas de fotografía. Creo, por último, que es el momento del film en el que mi extraña cualidad de “dirActor” de fotografía instaló de modo definitivo mi complicidad con el elenco. Es difícil hablar sobre las consecuencias que puede tener para quien está actuando saber que quien está filmando es autor y director de teatro. Yo creo que esta es mi cualidad más distintiva como DF.

El Episodio 3 es el más largo y el más variopinto de La Flor. Es aquel en que Llinás recupera el dispositivo narrativo de HHEE (la voz en off omnipresente) y, también, aquel en el que MLL digitó de modo más firme la fotografía. Recuerdo llegar a los decorados y que él, sin dudar, me indicara el lente y la posición de cámara, y armara casi por su cuenta los planos, siempre buscando mi apoyo y mi interlocución, pero más resuelto que nunca. Este episodio es, también, el que incluye la expresión más reducida del rodaje: MLL, durante alguno de sus viajes a festivales, filmando planos documentales. También incluye las escenas que MLL filmó en París o en Berlín cuando esos viajes coincidían con los de actrices y actores de la película (escenas que MLL inventaba para aprovechar esas coincidencias). También, el viaje más extremo que nos deparó la película, a Rusia y a Mongolia, donde hicimos exteriores a -35°C, con las manos agarrotadas y el cabezal también, porque se congelaban los fluidos. Como dije, esta parte le debe mucho en su dispositivo a HHEE, pero incluye una novedad que es, para mí, una superación: es cierto que la voz en off de MLL puede hacer actuar bien a casi cualquier rostro mudo… pero no da igual que ese rostro sea el de un no actor que el de las Piel de Lava, el de Edgardo Castro o el de Marcelo Pozzi. Estos grandes maestros llevan el mero dejarse fotografiar a lugares impensados del arte actoral para cine.

Tan variopinto es este episodio que dio ocasión a que probáramos una infinidad de ideas visuales diferentes que no puedo listar acá. Contiene, además del material registrado por MLL como única persona detrás de cámara, otro montón de escenas en la que yo no participé, como las de la campiña inglesa recreada en Tandil, captadas por Yarará Rodríguez. Incluye también el único exterior resuelto con faroles de cine (que no son propiedad de El Pampero) de toda la película: el cruce del Muro de Berlín, iluminado por el Mago Cardona. Es, además, aquel donde Inés Duacastella desplegó un abanico de ideas más sorprendente en el tratamiento digital de la imagen. Y es, en fin, aquel en el que la forma de hacer películas del Pampero se afirma de modo más rotundo, porque es completamente impensable fuera de esa forma.

Del Episodio 4 puedo decir que se filmó cuando quienes hicimos la película ya éramos, acaso más que nunca en la historia del cine, una familia. Lo que más me impresiona ahora de esta parte del rodaje es la convivencia entre anarquía y rigor, entre libertad y control, y la armonía que estas posturas extremas encuentran en la composición final. Hay escenas con guión de hierro y puesta en escena milimetrada, y hay largos momentos en los que nadie sabía muy bien qué estábamos haciendo. Algunas de las secuencias de deliberación del equipo técnico se rodaron 3 ó 4 veces (se probaba lo filmado en montaje, se reescribía, se volvía a filmar) sin que esto implicara para nadie ninguna clase de malhumor o sensación negativa. La vieja distinción entre elenco y equipo técnico está pulverizada. Las conversaciones detrás de cámara entre el director y el DF (cuyas voces son la de Mariano y la mía) son una bella caricatura de nosotros. En muchos de sus momentos, este episodio es una cifra de nuestras vidas y de la felicidad que puede depararnos el oficio del cine.

El Episodio 5 se escribió y se rodó en tiempo récord. El blanco y negro no es un efecto de post producción: se filmó como se ve. Anoto esto porque hace tiempo que la nuestra es una postura opuesta a la mayoritaria, que aconseja filmar con perfiles de imagen lo más planos posibles para ampliar las posibilidades en post producción. Como en buena parte del cine mudo, el encuadre fue acá una suerte de marco dentro del cual los actores pudieran desplegar su arte, las más de las veces improvisando sobre ciertas pautas convenidas. La secuencia de los aviones, que fotografió Inés, me parece un milagro del cinematógrafo.

En este tipo de textos nunca faltan las palabras sobre la relación entre directores y DFs. Con Mariano somos algo así como mejores amigos antes de saber que nos dedicaríamos al cine. El ámbito del trabajo y el de la amistad tienden a ser el mismo ámbito. Aprendimos juntos a filmar y formamos nuestra familia con Laura Citarella y Alejo Moguillansky. El grado de intimidad y confianza entre nosotros ya rebasó cualquier límite – incluso algunos que bien podría no haber rebasado. Una tarde, MLL me llamó para hablar del Episodio 6, el último de La Flor. Sabíamos, vagamente, que se trataría de unas cautivas huyendo de la toldería por el “desierto” decimonónico argentino. Sabíamos también que la potente maquinaria narrativa del film, ya en retracción en el episodio anterior, debía desgarrarse definitivamente acá, reducirse a una mínima expresión. MLL quería acompañar eso con un retroceso del dispositivo tomavistas a un estadio más primitivo. Había pensado en recurrir al fílmico, pero la idea no lo convencía. No tardé mucho en proponerle hacer una cámara oscura o estenopeica, y él no tardó nada en entusiasmarse – MLL es el menos conservador de los directores y el más amigo de las propuestas radicales, que a menudo se encarga de radicalizar aún más. Armamos una especie de foro con amigos fotógrafos y diseñamos el dispositivo tomavistas del Episodio 6, que construiríamos y operaríamos Inés, el Mago y yo.

Llegamos a la sierra cordobesa con un gazebo de 2,5 x 2,5 x 2 m, varios rollos de agropol negro, telas y cinta negra, una vieja pantalla retráctil (de las que se usaban para proyectar diapositivas y Súper 8), un trípode liviano, una Sony α7s (elegida, obviamente, por su sensibilidad extrema) y nuestro lente Nikon Ais 50 mm f 1:1.4 . Sellamos completamente el gazebo revistiéndolo con varias capas de agropol y dejamos en la base un sobrante largo, a modo de pollera, para cubrir cualquier filtración de luz producto de la irregularidad del terreno. También hicimos una puerta trampa con tela. El resto es fácil de imaginar. Pusimos un pequeño parche de cine foil en la pared opuesta a la entrada. En él practicábamos, cada vez, nuestro agujerito o estenopo. De frente a él, la pantalla donde se formaría la imagen. De frente a la pantalla, y de espaldas al agujerito, la cámara y yo. Por primera vez en mi vida, las condiciones siempre odiadas de luz (mediodía soleado de verano) se volvieron las ideales – no sólo por la cantidad de luz que necesitábamos para que la imagen se formara, sino porque la suavidad que resultaba del dispositivo compensaba la dureza real de la imagen. En el interior de la carpa nos manejábamos a tientas, encendiendo sólo en caso de extrema necesidad una linterna que daba una luz mínima. La temperatura era extrema, me imagino que cercana a los 50°C. Fijamos, como en un sauna, un régimen de entradas y salidas (10 o 15 minutos dentro de la carpa y luego saldríamos a meternos al agua, dado que siempre había arroyitos cerca). Pero pronto descubrimos que, con ese sistema, sólo veíamos la imagen que se formaba en la pantalla a través de la cámara mientras que, después de una media hora de estar dentro de la carpa, empezábamos a verla con nuestros ojos.

Así, al grito de “¡carpa acá!”, decidíamos cada emplazamiento de cámara y, una vez sellada la carpa, no salíamos de ella hasta no dar por hecho el plano. A la segunda o tercera jornada ya habíamos conquistado por completo el sistema. Yo filmaba, con la cámara industrial, la imagen que la cámara estenopeica formaba en la pantalla (invertida, obviamente, “patas para arriba”), moviéndome libremente por ella, paneando y reencuadrando según lo acordado con MLL. Alejar o acercar de la pantalla la tela que contenía el orificio producía variaciones en la distancia focal (técnicamente, zooms). Alterar la ortogonalidad de la pantalla respecto del lente (que siempre usábamos en el iris más abierto) nos daba la posibilidad de mover el foco, eligiendo qué puntos de la imagen ver con nitidez y cuáles desenfocar. La propuesta se complejizó cuando reemplazamos la pantalla por un cuero de vaca que reflejaba mucha menos luz, y pudimos adaptarnos también a eso.

La experiencia de la cámara oscura fue el momento más extremo de la fotografía de La Flor. No sé si la vida me dará ocasión de volver a probar algo tan descabellado. Creo que, de algún modo, tocar ese límite nos ayudó a concluir el rodaje de una película que nadie quería dejar de filmar. También nos dio la chance de asistir a un fenómeno extraordinario, que constituye el corazón de nuestro arte y que la banalidad de la tecnología nos escamotea cientos de veces por día: el milagro de la formación, sobre una superficie, de la imagen fotográfica. También nos recordó que cada film debe inventar su propio modo de ser filmado, y que la imaginación aplicada a este terreno puede desafiar todas las imposiciones. Y nos volvió a enseñar que todavía se puede pensar en el cine como una aventura. Y que las aventuras son incómodas, exigentes y desafiantes pero, en su extraña inutilidad y en su hermoso carácter colectivo, pueden darle sentido a todo; pueden ser, acaso, lo mejor de esta vida.

Ricardo Aronovich, una simple charla sobre cine

Veamos… al comienzo todo era caos y obscuridad, pero aparecieron los hermanos Lumière e inventaron el cinematógrafo, una simple, entonces, curiosidad técnica, descendiente de la Linterna Mágica pero en movimiento, algo más correspondiente a una feria o parque de diversiones, sin ningún futuro… en poco tiempo aparecieron gentes, genios eternos como Chaplin y Buster Keaton, y, sobre todo, los expresionistas alemanes, que eran de otra categoría, alguno que otro italiano, pocos franceses, y, Presto! Lo convirtieron en un arte y no en un simple descubrimiento técnico, para hacerse de un dinero, que es lo que trató de fabricar el nord-americano Tomás Alva Edison (en realidad no está bien claro quién de los tres es el real, verdadero inventor del cine) quien, como todo americano que se precie, sólo quería hacer negocios… unas dos/tres décadas más tarde llegó el sonido y todo se embarró… o se prestó para que ese invento sí, sirviera sobre todo, para ganar dinero. Un poco más tarde, otros genios, vieron la posibilidad de esa… cualidad? sonora, y comenzaron a hacer otras obras de arte.

Tengo la impresión, ahora, que, a ciento y pocos años de su invención, todo ha ido tan rápido que el círculo, AY! se está cerrando. Y eso no es bueno para nosotros. Se ha vuelto a la Feria, así con mayúsculas. Esta palabra tan española, en realidad, proviene del árabe (como tantísimas) y significa alegría… para la gran alegría (aunque no creo que esa palabra corresponda, profundamente) de todos (todos?), y mucho dinero para los productores de ‘alegrías”, se inventaron los tan mentados efectos especiales… pero no los simpáticos, como los de antes (Meliès creo todos!) es un poco como la llegada del sonoro. Y no es más que eso, efectos muy especiales que, a la larga, primo, arruina el gusto e inteligencia de los pequeños y menos pequeños (como lo arruinó con sus horrendos dibujos animados, el tan famoso y amado Walt Disney (*)) todo se reduce a eso y a nada más, de un vacío sideral… casi diría del equivalente de un agujero negro en nuestro amado oficio. Sobre todo, nada que llame a la inteligencia o a la sensibilidad. No, eso está prohibido! Y… ay! subrepticiamente escondido en toda esa barahúnda de efectos, ruidos espantosos, desoladores y asoladores, historia de no pensar, existe otra cosa, esta vez sí que nos toca y muy de cerca, a nosotros, creadores de imágenes, de sensaciones, de pinturas, de emociones a través de la luz y los malditos pixeles: existe una voluntad y muy poderosa ella, de acabar con nuestro oficio. Que no haya más Directores de Fotografía en el set.

Esta es la verdad, desgraciadamente. Esto lo comencé a ver, apenas al perfilarse hace ya varias décadas. Y lo predije y lo hablé en voz muy alta en en seno de la asociación francesa, donde me oyeron como si pasara un tranvía (y, sí, en mi época se decía así). Este pequeño texto está sobre todo dedicado a los más jóvenes, a esos que, tal vez, puedan hacer algo aún. Desde mis comienzos y con la experiencia que comenzaba a adquirir y sentir en mis entrañas, acuñé esta frase: el cine es la mejor y peor de las profesiones, a cada uno le corresponde descifrarla. De alguna manera, coincidió con mi vejez y posterior retiro de estas armas, el terrible advenimiento de lo digital, bueno, no es tan simple, terrible pero con muchas ventajas que también traen otros problemas y una enorme cantidad de complejas situaciones técnicas, caras, lentas, una suerte de “técnica perdularia” que nada tiene que ver con nuestro oficio/arte… en vez de cambiar como se nos antojaba de emulsiones para obtener resultados diversos, ahora hay que cambiar de cámaras, hacer lo posible (en lo que se gasta tiempo, dinero, creación) para que esta imagen nueva se parezca a la del film foto-químico… en fin, podríamos eternizarnos charlando sobre este tema del cual sé cada vez menos, y con razón… creo que hubiera sido más simpático haberlo charlado con ustedes, en un gran encuentro de muchas horas, discutiendo hasta quedar petisos… -esto me lo dijo una vez un correntino-. Hay otro factor del cual quería hablar y que tantas veces se interpone entre nosotros, creadores de imágenes y el buen resultado de nuestros esfuerzos y que, quizás, algunos de quienes me escuchan o leen, han pasado por ahí: tengo una imagen, sobre todo para explicar lo que siento y, Ay! he sentido tantas veces: imagino una persona (un colega) pasando el dintel de una productora… tan pronto transpuesto ese espacio, devenimos, repentinamente, un gran enemigo: el Director de Fotografía. Tal vez no lo diría ahora, pero en una ocasión, hace años de esto, en los comienzos de la Revolución Digital, en una reunión con mucho público de cineastas y colegas, alguien me preguntó sobre qué pensaba de la “revolución digital”, respondí sin hesitar una fracción de segundo: pero, una revolución es cambiar para mejor algo, lo que fue el advenimiento de “esto” es un golpe de estado fascista pues nadie lo pidió y nos fue impuesto Manu Militari… si bien es cierto que trajo algunas ventajas de comodidad, de eliminación de lo químico que era una fuente de contaminación del medio ambiente, que, claro, es mucho más económico y fácil y seguro enviar un DCP que diez, doce latas de película o de negativo con el riesgo que eso implica… ni que hablar de los fondos verdes para incrustar lo que la fantasía nos dicte, en fin, no necesito hacerles un dibujo… pero, perooooo…. los que diseñaron, crearon esta técnica, se olvidaron de la plástica, del grano, de que hay que usar luces y recrear ambientes, situaciones, no simplemente usar la luz existente o cambiar los bombillos por otros más fuertes, eso se llama reportaje, no crear imágenes.

Los productores, muy contentos porque ya no hay que usar más luz, y se les niega a los DdeF equipos, luces, etc. He escuchado, de bocas de, sobre todo, jefes eléctricos o gaffers u otros, abstrusas y ridículas reuniones de producción donde al DdeF se le negaba casi todo, me ponían los pelos de punta… creo que debe pasar en el planeta entero… No estoy contento con tener la edad que tengo aunque haya tenido una buena vida, con hermosas experiencias con gentes (pocas) muy dotadas y maravillosas personas… pero creo que me sentiría muy mal haciendo cine hoy en día, no tanto o sólo por lo digital pero sí por la forma de trabajar y la vacuidad del contenido. Llegué a hacer un sólo film con esta técnica pero donde trabajé exactamente como en film, le dije a mi asistente, antes de existir los DIT, que él se arreglara con los botones y me dejara trabajar como lo hacía antes y siempre. Curiosamente, resultó extraordinario, no tanto por la belleza de la foto, que no lo es, sino porque cuando llegó la hora de hacer la clasificación de luces (en España copiaron a los franceses y lo llama de etalonage) pues… el técnico dijo, para mi gran placer, que él no tenía que hacer nada y así quedó. Ahí me paré. Digo, fue mi último trabajo antes de retirarme, aunque rechacé un par de cosas porque no me convenía trabajar de esa manera…

Para terminar, debo decir con tristeza, que en lo que a mí me concierne y, repito, es muy personal, el CINE así todo en mayúsculas, aquel que mamé, que conocí, que estudié como un maniático, dejó de existir y, tal vez, se le debería cambiar de nombre, no tengo la solución, quizás ésta consista en re- pensarlo, re-crearlo y eso les corresponde a ustedes, en la Argentina y en otros lados. Creo que alguien que lo debe haber pensado y lo está haciendo ya, pero en voz baja, si es que puedo decirlo así, es nuestro increíble compatriota, Mariano Llinás, pues acabo de ver aunque parcialmente su film-río, como dicen los franceses, LA FLOR… creo que hay que buscar por ahí… Pero este film, es un caso único en el cine universal. Sospecho que él, sí, ha encontrado una clave, una vía muy nueva y muy importante y que me llena de orgullo, de haber sido menos viejo, me habría atrevido a pedirle -algo que nunca he hecho- de hacer un film juntos…

Como se me acaba de ocurrir otra cosa sobre nuestro tan querido oficio/arte: en mi frase más arriba, antes de realmente terminar, donde hable del mejor y peor de los oficios, es que también, uno tiene que vivir la vida, salir con los amigos, con su familia si tiene, divertirse, VIVIR, y el cineasta tiene una muy negativa tendencia a olvidar todo eso en aras del, ay, CINE… en La Nación de hace unos meses, leí un largo artículo que habría que procurarse, del nada menos que Tarkovsky… es terrible porque dice, y no le faltan razones, que cuando uno hace cine (aunque se refiere a directores) no se puede hacer otra cosa, ni vivir, claro, el pobre era muy, muy religioso, y hacer películas era un sacerdocio para él o peor aún. Es una propuesta muy interesante, pero con la cual no estoy para nada de acuerdo, y si lo menciono es porque sufrí de ese síndrome… Suerte, chicos…

Ricardo Aronovich (ADD)

Paris, 2 de Mayo

 

                                             

Guido de Paula DF de «Puerto Almanza»

SE ESTRENA PUERTO ALMANZA, CON FOTOGRAFÍA DE GUIDO DE PAULA (ADF)

Por Guido De Paula (ADF)

Desde 2015 trabajo en la Dirección de Producción Audiovisual de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego. Esta Dirección es una productora de contenidos audiovisuales que depende de la Secretaría de Extensión Universitaria. El fin es fortalecer la producción local para desarrollarla en el territorio. En este marco, Juan Pablo Lattanzi, director del área y a la vez director del film (junto a Maayan Feldman), me propuso ser parte del proyecto. Por supuesto, no lo dudé.

Junto a Maayan y Juan decidimos plasmar una cámara que ayude al espectador a entender cómo es vivir en un lugar tan inhóspito cómo Puerto Almaza, un pequeño paraje de pescadores artesanales a la orilla del Canal Beagle. Teníamos algo a favor: al residir en Ushuaia, podíamos (cuando el clima y las rutas lo permitían) ir a rodar casi cuando quisiéramos. Así que en línea con el desarrollo del film, la fotografía encuentra a Puerto Almanza en casi todas sus estaciones: momentos del día y momentos climáticos, explotando estos contrastes de texturas y color. Nos dedicamos a mirar el lugar sin prejuicios, mediante una cámara de planos fijos para plasmar la pasividad del lugar, en conjunción con lo duro del clima y los rostros curtidos de sus habitantes. Con respecto a los interiores, en este tipo de abordaje documental, pensamos que lo mejor era no “invadir” el momento con artefactos lumínicos y así dar más tiempo el ida y vuelta que los personajes tenían con los directores. Los interiores son pequeños, casi siempre atiborrados de herramientas, mascotas y otras cosas, así que priorizamos la “no invasión”. Ahí jugamos mucho con la luz de las ventanas, cambiamos algún foco, pero nada más. La premisa era jugar con lo que la naturaleza y los interiores nos daban.

Con les directores, creo que encontramos la dinámica rápido. Para empezar, Juan se quedaba más pendiente de la cámara y Maayan trabajaba más con los personajes, ya que ella fue la que motorizó principalmente la investigación. Pero con el correr de las jornadas, ellos también se fueron soltando y muchas veces rotaban en sus funciones. Desde el principio quedó claro que le daríamos importancia a la entrevista y el valor de ese momento reflexivo. Luego, en los momentos donde el personaje “hacía” queríamos una cámara que intente desaparecer, que se haga invisible.

Con el sonidista, José Pera (también staff de la UNTDF) nos conocemos de trabajos pasados, pero nunca habíamos hecho una película juntos. Soy de la idea de que uno, en la cámara, también tiene que tener siempre presente qué está tomando el sonidista. En esta dinámica de querer ser invisible y de que los personajes se olviden de uno, es fundamental estar aceitado con el sonidista. Mirarse todo el tiempo, indicarle (muchas veces mediante señas) hasta donde puede entrar con el boom, o en que tamaño de plano uno está trabajando la escena para que el tenga el límite presente. José se toma su trabajo de manera profesional y siempre quiere aprender un poco más. Ésta fue su primer película documental y estuvo a la altura de las circunstancias. El color lo trabajé con Lily Suaréz.

Creo que el mayor desafío fue poder aprovechar las jornadas al máximo. Almanza está en un lugar donde no hay señal de celular, donde las comunicaciones son complicadas, y varias veces las jornadas pre-producidas desde Ushuaia no se cumplían como habíamos esperado. Para los personajes, que viven de la pesca, manejan sus horarios, y tienen una forma de vida muy particular, a veces nuestra presencia no era lo primordial y eso había que poder conjugarlo con todo el equipo, que ya estaba lanzando en el campo para empezar a rodar.

Si bien Ushuaia está a dos horas de Puerto Almanza, muchas veces el clima hace que las rutas se cierren. Un día, por ejemplo, volviendo, estuvimos dos horas esperando porque con el hielo un camión de gas había volcado. Y después está el tema del frío. Aunque uno tenga ropa técnica y pueda guardarse un poco en algún interior, siempre se hace notar con el cansancio al final del día. Pero más allá de eso, a lo que uno está acostumbrado, fue un proyecto disfrutable. Poder dejar Ushuaia y sumergirse en Puerto Almanza, desconectado de todo, fue un regalo.

Creo que las escenas que más me gustan son las reflejan la vida de los cuatro niños que viven en el paraje. Maayan y Juan supieron llevar toda esa energía infantil (sumada a la presencia de la cámara y micrófonos) de tal manera que la pudimos aprovechar en todo sentido. Acciones, diálogos y juegos se fueron sumando en diferentes lugares y con diferente luz. Lxs niñxs tienen algo hermosamente salvaje por su crianza en este entorno y poder haber encontrado esos momentos, tenerlos grabados en diferentes circunstancias le da al relato diferentes superficies de lo que es ser niño en estos lugares.

Creo que, más allá de los encuadres y la luz propuesta, mi aporte fue, por momentos, más en el “cómo” se registró la películaPuerto Almanza, El Etnógrafo, y Un lugar en el tiempo (dos trabajos anteriores) comparten una manera de poner la cámara, una manera de mostrar el espacio, y de meterse en un mundo ajeno a la urbanidad en la que vivimos.

También estoy contento de haber podido dar con esos momentos de luz mágicos que nos regala este lugar, y combinarlo con sus diferentes texturas: sol con humo, con nieve, amaneceres rozados, niebla con hojas rojas del otoño, todo en un mismo lugar.

Me quedo con varias cosas: Al ser parte de la UNTDF, creo que lo primero es poder concretar un largometraje desde Tierra del Fuego. Hacer un largo, hoy por hoy, es una empresa compleja en todas las dimensiones. Si a esto le sumamos hacerlo desde una isla a 3000 kg de la capital, ya no es complejo, sino que roza lo titánico. Aplaudo el hecho de la película en si.

Con respecto al acto cinematográfico siento que, el acierto Puerto Almanza es que refleja lo que uno muchas veces siente por estos lados: cierta conexión sagrada con la naturaleza y con lado más inhóspito de ella. Como que esta latitud en cierta manera, nos protege del mundo exterior, y es a la vez, un extraño mundo aparte. Puerto Almanza da buena cuenta de esos sentimientos.

Sinopsis

Almanza es un pequeño asentamiento entre las montañas y el mar donde residen los pobladores más australes del mundo. Situado en la provincia Argentina de Tierra del Fuego, lo habitan unos pocos hombres quienes conviven con el frío, la naturaleza y la rusticidad del poblado. Allí vive el pescador Rolo con sus 4 hijos, los únicos niños del lugar. Rolo se niega a que sus hijos vayan a la escuela en otro sitio. Reclama tener una escuela propia en Almanza. Entre tanto Santiago, un ex adicto al juego, convive solitario con los fantasmas del pasado, mientras aguarda la llegada de un hijo al que nunca crió.

Equipo técnico

Dirección: Juan Pablo Lattanzi y Maayan Feldman
Dirección de Producción: Silvana Jaldín
Producción Ejecutiva: Juan Pablo Lattanzi
Dirección de Fotografía: Guido De Paula (ADF)
Sonido: José Pera
Montaje: Fabio Pallero y Lucas Macuk
Guión e investigación: Maayan Feldman y Juan Pablo Lattanzi
Cámara: Guido De Paula (ADF) y Kashik Maggio
Diseño Gráfico: Federico Conforto
Jefe de Producción: Ezequiel Méndez Coria
Asistente de Producción: Andrea Maradona

Acerca de película «Alicia»

ACERCA DE “ALICIA”

Por Martín Turnes (ADF)

Alicia es un largometraje de ficción realizado con apoyo del INCAA, dirigido por Alejandro Rath (socio y amigo) y producido junto a otrxs 3 amigxs: Juan Martín HsuMariana Luconi y Valeria Bistagnino. Con Alejandro nos conocemos hace muchísimos años, hice la Dirección de Fotografía y Cámara (junto a Santiago Bonavera) de su primer largometraje documental como director ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? (2013) y además somos socios en Puente Films. Por todo esto es que estoy embebido en el proyecto desde que redactó las primeras líneas, y una vez que se confirmó todo, por la sola cuestión de convivencia, tuvimos una cantidad de horas increíbles de charlas en la pre-producción -difícil de lograr en otros casos-; lo cual fue muy ventajoso al momento del rodaje.

La película cuenta la historia de Jotta, un joven ateo, que está desarmando la casa de su madre muerta tras un largo cáncer. En el racconto evoca la lucha que debió librar para que ella pudiera morir dignamente en esa casa. También su búsqueda de respuestas en la religión, la ciencia y la política. ​El film está protagonizado por Leonor MansoPatricio Contreras y Martín Vega y cuenta con las participaciones especiales de Paloma ContrerasSilvia GeijoIván Moschner y el pastor Giménez.

El guión planteaba dos tiempos: un presente sin Alicia y un pasado con ella en su casa e internada en el hospital. Desde la fotografía decidimos diferenciar los tiempos utilizando en el presente lentes angulares y una cámara estática, con una fuerte luz fría externa, como si fuera Alicia la que observa desde afuera; y para las escenas de pasado, por el contrario, utilizar lentes normales y hacer planos más cerrados, haciendo travellings y paneos, dándole “más vida” a la cámara, y en la casa encendimos más luces cálidas.

La referencia más fuerte a nivel narrativo fue Caro Diario de Nanni Moretti, incluso se ven fragmentos del film. Además, tuvimos en cuenta otras referencias visuales más precisas: Bacalaureat de Cristian Mungiu (2016) como estilo de iluminación, sobre todo en cuanto a la luz azul nocturna en los exteriores noche; La fille inconnue de Jean-Pierre y Luc Dardenne (2016) como referencia de movimientos de cámara y encuadres; y por último, Beginners de Mike Mills (2010) para las escenas de hospital.

El rodaje fue completamente realizado en Buenos Aires en agosto de 2017, tuvimos 4 semanas a equipo completo y algunas jornadas de registro documental, con la interacción de nuestro protagonista en espacios públicos.

En cuanto a la elección de la cámara y lentes, si bien para las jornadas de registro documental utilizamos las cámaras RED Epic Dragon y Blackmagic Ursa Mini Pro 4,6k, ambas con lentes Hasselblad, la cámara para el resto del rodaje fue la Arri Amira con lentes Compact Prime, por una cuestión de disponibilidad y presupuesto. Fue una decisión muy difícil, para lo cual hicimos varias pruebas en el rental Provideogrip. Como eran secuencias bien diferenciadas no molestaba tanto el cambio de cámara y lentes, y en las pocas escenas que sí eran en secuencia con el retoque de color creo que pudimos emparejarlas bastante bien. El aspecto ratio para todo el film fue 2:39.

Gran parte del rodaje transcurrió en dos locaciones. La casa de Alicia, ubicada en el barrio de Palermo, una casona antigua, con techos altos y ambientes amplios. Según lo que habíamos charlado con el director, decidimos junto al gaffer Danilo Galgano armar una puesta de luces semi fija que nos permitiera alternar libremente entre un ambiente u otro, ya que hubo jornadas que por una cuestión de elenco tuvimos que filmar en toda la casa. La base que utilizamos fue un HMI 2500w y otro de 1200w que ingresaba desde el exterior, acompañado por un 575w rebotado en el interior en los casos que hizo falta; en el interior jugamos mucho con luces cálidas, fresneles y lámparas normales, gripeando muchos faroles a los techos, todos con dimmers para poder diferenciarlos según la hora del día en la ficción.

La otra locación importante fue el hospital público Simplemente Evita de González Catán, que fue elegido por una cuestión de permisos y estética. Allí filmamos con todo el elenco en una habitación muy chiquita, donde por una cuestión de espacio le dimos prioridad también a generar una puesta única en el interior: como luz principal que imitaba la luz del techo gripeamos 3 Kino Flo Celeb 201 y el tubo del tablero de respaldo de cama. Continuamos con el M18 que ingresaba por la ventana, esta vez  elevándolo con un trípode B150 porque estábamos en un primer piso. Además, tuvimos escenas en consultorio y situaciones en salas de espera en las que interactuamos con los pacientes reales y pasillos donde solo podíamos cortar el tránsito parcialmente de algunas puertas. Para un momento clave de la narrativa realizamos unos planos secuencia recorriendo diferentes pasillos donde tuvimos que modificar la luminaria del hospital, cambiando lámparas o poniéndoles filtros. Fueron días muy intensos pero el resultado valió la pena.

La post de color la realizamos con Juan Martín Hsu (Zebra Films), uno de los productores de la película y Asistente de Dirección. Lo primero fue empatar las diferentes cámaras que utilizamos. Luego definimos un grano para toda la película utilizando Filmconvert en Da Vinci. Gracias a la ayuda de Néstor Rodríguez Correa pudimos comparar distintos porcentajes en pantalla grande en el Cine Paramount de Caseros, y finalmente nos decidimos por un Kodak al 85%. En cuanto al retoque de color, en las escenas del presente decidimos resaltar los fríos en las altas luces, neutralizar la piel, tender al cálido en la luz interior casa y al frío en la luz hospital. Mientras que al pasado preferimos encalidecerlo suavemente a la imagen en general. Trabajamos mucho el azul del exterior noche, que finalmente decidimos neutralizarlo un poco.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por último contar que el rodaje fue una experiencia humana muy gratificante, la pasamos muy bien, con muchos amigxs que ya conocía y muchos nuevxs. Y aprovecho esta oportunidad para agradecer públicamente al gran equipo de Fotografía, que pusieron garra y corazón en cada toma!

FICHA TECNICA

Dirección: Alejandro Rath
Guión: Alejandro Rath, Alberto Romero

Una producción de Protón Cine (Mariana Luconi), Zebra Films (Juan Martín Hsu), Puente Films (Alejandro Rath) y Mostra Cine (Valeria Bistagnino)

Producción ejecutiva: Mariana Luconi, Valeria Bistagnino
Dirección de Fotografía y Cámara: Martín Turnes (ADF)
1ero de Cámara: Bruno Carbonetto
2do de Cámara: Baltasar “Chaco” Torcasso
Meritoria de Cámara: Lucía Mosquilo
Gaffer: Danilo Galgano
Jefe de Eléctricos: Fernando Romanazzo
Eléctricos: Marco Dreyer
Key Grip: Ricardo Agustín Sinibaldi
Dirección de Sonido: Lucas Ulecia
Dirección de Arte: Ángeles García Frinchaboy
Montaje: Anita Remón
Jefe de producción: Tomás Eloy Muñoz
Asistente de Dirección: Juan Martín Hsu
Elenco: Leonor Manso, Patricio Contreras, Martín Vega, Paloma Contreras, Iván Moschner, Silvia Geijo, Sergio Villamil, Pedro Roth y Héctor Giménez.
Distribución: Santa Cine

 

Adiós a Robby Müller

Adiós a Robby Müller, maestro de la ‘vagancia creativa’

Ha fallecido hoy, a los 78 años en su casa de Ámsterdam, Robby Müller (nacido en 1940 en Curaçao, territorio de Holanda en el Caribe), uno de los grandes directores de fotografía del cine europeo, estrecho colaborador e imaginero de directores esenciales como Wim Wenders, Jim Jarmusch o Lars Von Trier.

Fue precisamente con el primero con quien Müller inició sus pasos en el oficio en 1970 (Verano en la ciudad) para luego iluminar la trilogía esencial del Nuevo Cine Alemán formada por Alicia en las ciudades (1974), Falso movimiento (1975) y En el curso del tiempo (1976), campo de pruebas para la búsqueda de soluciones sencillas y efectivas acordes a presupuestos ajustados y un profundo sentido plástico de la imagen y el movimiento marca de la casa.

                                                   Paris, Texas’ (1984) / D. S.

Con Wenders perfeccionaría su uso dramático del color y el gusto por las condiciones y los efectos naturales de la luz en exteriores e interiores en El amigo americano (1977) y, muy especialmente, en la magistral París, Texas (1984), donde se deja sentir el influjo pictórico y compositivo de Hopper a la hora de reelaborar un paisaje norteamericano melancólico que se ha convertido en una de las referencias visuales más citadas del cine contemporáneo.

Bajo el principio de la vagancia creativa –»no hacer más de lo necesario, pero siempre lo suficiente»– Müller prestó también su mirada, su inconfundible blanco y negro, su manejo de la cámara (siempre a su cargo) y su gusto por el encuadre desplazado o el travelling a un joven Jim Jarmusch que despuntaba en el cine independiente americano de los años 80: Bajo el peso de la ley (1986), Mistery Train(1989), Dead Man (1996) o Ghost Dog, el camino del samurái (1999) siguen desarrollando esa particular mirada extraña y reveladora al landscape como esencia visual de unos relatos marginales.

                                              Bajo el peso de la ley’ (1986). / D. S.

De la experiencia con el color de París, Texas extrajo enseñanzas que luego pondría al servicio de títulos como Vivir y morir en L.A. (1985, William Friedkin), uno de sus mejores filmes norteamericanos, entre los que también se cuentan sus colaboraciones con Peter Bogdanovich (El rey de Singapur, 1979; Todos rieron, 1981), Alex Cox (Repo Man, 1984), Barbet Schroeder (El borracho, 1987) o John McNaughton (La chica del gángster, 1993).

                                                      El amigo americano (1978)

Pero sería de nuevo en Europa, además de su prolongada relación con Wenders (Hasta el fin del mundoMás allá de las nubes) o el encuentro puntual con Wajda (Korczak), donde Müller volvería a redefinir un nuevo sello visual junto al danés Lars Von Trier, para quien intensificó el grano y rebajó la paleta de color casi hasta confundirla con el blanco y negro, y puso en práctica audaces movimientos de cámara al hombro en Contra viento y marea (1996), y junto a quien diseñó un sofisticado dispositivo de mini-cámaras digitales para coreografiar los números musicales de Bailando en la oscuridad (2000).

                                             Contra viento y marea (1996). / D. S.

Afectado ya por una enfermedad degenerativa, sus últimos trabajos acreditados fueron 24 Hour Party People (2002, Michael Winterbottom) y los cortometrajes de Béla Tarr y Jarmusch en filmes episódicos y colectivos como Café y cigarrillos(2003) y Visions of Europe (2004).

MANUEL J. LOMBARDOSevilla, 04 Julio, 2018