Cuantas veces vamos al cine o vemos una película por Internet y terminamos pensando que algo no anduvo bien, que muchos de los hechos que se sucedieron en la trama no terminaron de la mejor manera o no respondieron a nuestras expectativas de espectador. Esta cuestión, que parece ser una nimiedad a la cual estamos cada vez más acostumbrados, deviene de un problema conceptual en la construcción del guión.
No siempre cuando se empieza a escribir se tiene en cuenta o se piensa en el receptor como un binomio autoral, como un colaborador que nos ayude en la redacción. Generalmente el espectador es una masa con amplia diversidad cultural, social, intelectual, moral, que sabemos está allí y que entendemos como una referencia, incluso como una regla de medición de ciertos estándares, pero que no incorporamos a la hora de sentarnos en la pc a escribir. ¿Por qué sucede este distanciamiento? ¿Por qué a sabiendas de que en definitiva uno debe escribir para un público disfrazado en una multitud que paga su entrada para ver nuestra película no lo tenemos del todo en cuenta?
Algunos dirán así como hay libros para todos los gustos, también hay cine para todos los gustos, y esto de hacer una película que deje conforme a todos es imposible. Y es correcto. Ahora lo que no es correcto es que si yo hago un filme de los hoy denominados «pochocleros», no les de pochoclos, o que si hago una obra con intenciones vanguardistas me quede a mitad de camino entre el vanguardismo y lo popular.
El público, a pesar de su masificación y diversidad no come vidrio y si lo come es porque le gusta, no porque se lo quieran imponer. La proliferación de las nuevas tecnologías que han promovido el concepto de inmediatez y de accesibilidad, le ha dado un plus al espectador. Hoy es mas difícil engañarlo que años atrás donde el cine se veía en una sala oscura y no había otra manera de hacerlo. Los nuevos tiempos traen aparejados grandes avances en cuanto a tecnología se refiere, pero también mayores desafíos para quienes trabajan con la comunicación. El cine es comunicar algo y ese algo empieza por el guión.
Más arriba hacía la pregunta de porqué muchas veces no se tiene en cuenta al público cuando escribimos una historia audiovisual. La respuesta, está en que la mayoría escribe sus guiones desde la omnisciencia de todo creador, desde la soberbia que el sentirse un artista provoca. Y ahí está el error. Los guionistas somos creativos, somos artistas, pero no vivimos del arte «per se» vivimos de un público que nos mira, que nos sigue, que nos apoya y paga por ver lo que hacemos, por eso nos debemos a ellos y tenemos que imaginarlos como nuestros colaboradores autorales al momento de ponernos a escribir.