Todos los días, nuestras computadoras nos desobedecen.
Ya sea el celular que revela dónde estamos, el navegador de Internet que entrega un perfil de nuestros gustos, el reproductor de música que informa cuáles canciones escuchamos cuántas veces, o el sistema operativo que instala actualizaciones aún cuando le hemos prohibido que lo haga, los medios digitales están poblados de traidores y delatores. No es culpa de las máquinas, por cierto: ellas no tienen más remedio que obedecer a su amo: el programa. Y si el “dueño» del programa lo escribe para que nos desobedezca, no hay nada que podamos hacer al respecto.
Mejor dicho: no podríamos hacer nada al respecto si Richard Stallman, másconocido como RMS, no hubiera estado allí.
Hace más de un cuarto de siglo, cuando la computadora personal apenas estaba comenzando a llevar la informática fuera de los grandes laboratorios, cuando un tímido embrión de lo que hoy llamamos Internet estaba disponible en algunas universidades y centros de investigación de avanzada, RMS fue el primero en protestar articuladamente contra la idea de que el software tenga dueño.
Es asombrosa la precisión con la que Richard previó, veinte años antes de que se hicieran evidentes, las consecuencias de asignar derechos de propiedad sobre el software. Pero aún esa proeza empalidece al lado del hecho de que, además de reconocer la amenaza, RMS encontró una manera eficaz de protegerse de ella: escribir software que no tenga dueño, software libre. Y como la legislación en todo el mundo estaba cambiando para permitir la apropiación privada del software, también inventó el «copyleft», un ingeniosísimo artilugio legal que aprovecha esa misma legislación para impedir que tal apropiación se produzca. Y como nadie estaba escribiendo programas de esa manera, fundó el proyecto GNU y dedicó veinte años de su vida y su talento a escribirlos él, y a invitar a otros a ayudarlo.
Su iniciativa originalmente solitaria se ha convertido en un movimiento mundial, con miles de personas contribuyendo todos los días a un enorme cuerpo de software libre. Hoy disponemos de programas libres para cubrir las necesidades informáticas de casi todo el mundo. Como son programas sin dueño, no hay nadie que pueda escribirlos impunemente de modo que nos traicionen. Y como cereza de la torta, podemos usarlos, estudiarlos, modificarlos y copiarlos todo lo que querramos, sin necesidad de pagarle a nadie.
Aún no sabemos si lograremos evitar la distopía que George Orwell anticipó en «1984». Pero si lo hacemos, no será menor la medida en que se lo deberemos al trabajo y el talento de Richard Stallman.
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