Valerie Taylor, icónica cineasta submarina

La proteccionista y buceadora Valerie Taylor, tomada por su marido Ron a comienzos de los 70.

 Lola Fernández, 18 de julio 2021

“Jamás imaginamos que el público se pudiera tomar en serio la historia de Tiburón” Valerie Taylor.

Buceadora pionera, a pesar de vivir en sus carnes escenas tan peligrosas como las de Tiburón, ha dedicado su vida a proteger a los escualos. Ahora, con 86 años, un documental relata su cruzada bajo el agua.

Su vida no tiene uno de esos giros de guion que convierten cualquier biografía en apasionante; tiene varios. A los 12 años, Valerie Taylor  (Sídney, 1935) contrajo la polio: la durísima rehabilitación la obligó a dejar el colegio a los 15, pero el traslado de su familia a una localidad costera, Port Hacking, la puso en contacto con el mar. A los 25 años, ya era la pescadora con arpón más letal del país, solo superada por el campeón del mundo en la misma especialidad, Ron Taylor. Se casó con él en 1963 y juntos le dieron un vuelco a su pasión cazadora: Ron comenzó a fascinarse por las cámaras y a fotografiar a Valerie interactuando con la fauna marina. Pronto, la adrenalina por la captura tornó en curiosidad y admiración y ambos dejaron de matar. Decidieron dedicar su vida a investigar, filmar y proteger la vida marina. Su obsesión: los tiburones.

“Advertí que ya no encontraba ningún placer en matar por puro deporte”, recuerda Valerie Taylor desde su apartamento en Fairlight, un suburbio de Sídney. “Aunque tanto Ron como yo seguíamos en la élite mundial, cuando vimos la cantidad de preciosos peces que habíamos matado durante el campeonato de Australia de pesca con arpón no pudimos seguir. Decidimos marcharnos. Ni siquiera recogimos los trofeos”.

Esta irreprimible ampliación de la sensibilidad impresionó a Sally Aitken, la directora de Jugando con tiburones, el documental sobre Valerie que estrena Disney el 23 de julio. “Me di cuenta de lo horrible que era para ella volver a ver imágenes de su etapa de pescadora, pero no quiso pasarlas por alto. Asume su responsabilidad con honestidad y sabe lo importante que es mostrar el cambio que supuso pasar de cazar a proteger. Es admirable”.

“Los tiburones no son tan distintos de los perros. Me han mordido cuatro veces, todas por mi culpa, y solo una fue grave”. Valerie Taylor

Aunque hoy crece el sentimiento de responsabilidad respecto a la naturaleza, esta leyenda del buceo no siente que su vida se haya movido desde la obligación o la culpa. «Nunca pensé que fuera mi deber. Simplemente era la vida que quería vivir», constata. “Tuve suerte, pero la verdad es que mi esposo y yo labramos nuestro propio camino”. Un camino en el que los tiburones les salieron al paso. “Queríamos ganarnos la vida haciendo documentales sobre los fondos marinos y los tiburones vendían. Además, no teníamos competencia: gracias a nuestra experiencia como pescadores, los conocíamos mejor que otros. En realidad, no son tan distintos de los perros». ¿Le han mordido? «Cuatro veces, pero porque no llevaba el traje anti tiburón. Siempre ha sido por mi culpa y solo una vez fue grave. Por suerte, estaba trabajando en una película y me trasladaron en helicóptero a un buen hospital donde me trataron cirujanos plásticos”.

El tiburón sufría entonces la misma leyenda negra que en España rodeaba al lobo: su estampa fiera y amenazante representaba el potencial asesino de la naturaleza. En las mismas fechas en las que Félix Rodríguez de la Fuente explicaba en nuestra televisión los mitos que condenaban al lobo a la extinción, Valerie se sumergía incansable para demostrar en decenas de documentales que los escualos, también tachados de máquinas de matar, merecían protección. En 1971, los Taylor se enrolaron en la expedición de rodaje que lo cambiaría todo: la filmación de Blue Water, White Death, uno de los documentales sobre fauna salvaje más impresionantes de la historia, que relata la búsqueda en aguas sudafricanas y australianas del gran tiburón blanco.

Uno de los momentos más impactantes de la cinta muestra cómo Valerie sale de la jaula de protección y es inmediatamente rodeada por una cantidad incontable de tiburones. Decenas de ellos. Cuando se acercan a toda velocidad, ella tiene que golpearlos en la nariz para que cambien de rumbo y así mantener cierta distancia de seguridad. La escena espeluzna. Es la primera vez en la historia que los buceadores nadan libremente con los escualos. Importante: no es hasta 1980 que Ron Taylor encarga el primer traje anti tiburón de malla metálica, inspirado por los guantes de los carniceros. Le costó 2.000 dólares de entonces.

Valerie Taylor buceando junto a un escualo y poniendo a prueba el traje ‘anti-tiburones’. / D.R.

“Se trata de uno de los momentos álgidos de mi carrera de buceadora”, recuerda Valerie. “Fue un viaje en el tiempo a un mundo inmutable desde hacía millones de años”. Las televisiones de los 60 ya se disputaban los documentales de los Taylor, donde una imponente Valerie, siempre adornada con un lazo rojo en el pelo inspirado en la sempiterna boina de Jacques Cousteau, jugueteaba con todo tipo de fauna marina, desde enormes medusas a espeluznantes morenas.

Su arrojo llamó tanto la atención, que no es extraño que Steven Spielberg quisiera a los Taylor en Tiburón. “En realidad, nos enviaron las galeradas del libro en el que se basó y nos preguntaron si de ahí saldría una buena película”, corrige la buceadora. “Nos dimos cuenta de que podríamos tener mucho trabajo filmando tiburones y dijimos que sí”. Gracias sus dos décadas de experiencia, Spielberg pudo utilizar impresionantes filmaciones del tiburón, primerísimos planos de sus fauces incluidos, que añadieron el realismo escalofriante que hizo gritar a millones de espectadores en los cines.

“Es horrible verlos en el fondo del mar, casi muertos, nadando sin aleta ni cola. Ves el terror en sus ojos. Y todo por una sopa”. Valerie Taylor

“Muchas de las escenas más dramáticas de Tiburón fueron reales, como esa en la que el tiburón blanco se enreda con el cable de la jaula submarina y termina destrozándola. Cuando Spielberg vio las imágenes, reescribió todo el guión solo para poder incluirlas”, recuerda Sally Aitken. No era una situación nueva para Ron y Valerie: durante el rodaje de Blue Water, White Death ya se habían enfrentado a una situación similar, con el fotógrafo Peter Lake zarandeado por un gran tiburón blanco que también se había enredado en el cable de la jaula. Al estrenarse la película, sucedió lo imprevisible: se disparó el terror a los tiburones, justo el efecto contrario que buscaban los documentales de los Taylor, empeñados en demostrar que estos elegantes animales y su ecosistema marino merece protección. “Era una ficción sobre un tiburón inexistente. Jamás imaginamos que el público se pudiera tomar la historia en serio. ¡Solo era un cuento! La reacción nos dejó atónitos”, explica Valerie.

Valerie, junto al equipo que acompañaba al matrimonio Taylor / D.R.

Inmediatamente y con el apoyo de los estudios Universal, Valerie y Ron se embarcaron en una gira promocional en la que trataron de explicar que Tiburón no era una historia real y que los escualos no se comportaban como se reflejaba en la película. Sin embargo, el daño estaba hecho: el impacto narrativo y visual de la cinta había sido tan enorme, que poco pudieron hacer por contrarrestarlo. «Hicimos todos los programas del mundo contándole a la gente que no tenían que tener miedo de darse un baño en la playa. Pero la gente prefería entregarse al miedo que atender al sentido común», recuerda. «Lo cierto es que muchos tiburones no atacan. Otros, en realidad, solo son curiosos. Como se relacionan con el mundo a través de los dientes, su primer movimiento es morder. Pero si te quedas quieta, te dejan marchar. Lo sé por experiencia propia”.

“Aunque en los 60 y 70 protegimos los océanos, en los últimos años hemos retrocedido quince. Mi trabajo se está echando por tierra”. Valerie Taylor

“Lo hicimos muy bien en los años 60 y 70, pero en los últimos años hemos retrocedido 15”, lamenta Valerie. “Estoy viendo cómo todo mi trabajo se echa por tierra y no somos capaces de impedir la destrucción de la fauna marina que conlleva la sobrepesca. La pesca del tiburón es horrible. Es horrible verlos en el fondo del mar, casi muertos, tratando de nadar a pesar de no tener ni aleta ni cola. Al ver el terror en sus ojos solo puedes llorar. Y todo por una sopa. Si no hacemos algo para detener esta masacre, la vida en los océanos cambiará para siempre. Y no para bien”, advierte.