Misterioso, fascinante y grandioso: estuve un día en el set de Comala, el pueblo que no existe pero que retrata los miles de tonos de México.

“Hay algo en el cielo de Comala”, pensé cuando vi las escenas nocturnas de Pedro Paramo. Nítido, misterioso, transparente. Hay algo en el cielo de Comala, de ese Comala que no existe, pero que el director mexicano, Rodrigo Prieto y un brillante equipo de producción construyeron en San Luis Potosí.

También hay algo en el cielo de San Luis Potosí, en el campo. La noche en la que llegué a la ciudad conocida por su actividad minera (un año antes de ver la película por primera vez) llovió durante unos minutos, mientras estuve en una cena con otros periodistas y el cineasta detrás de la cinematografía de Barbie. Al día siguiente conoceríamos algunos de los lugares donde estaba rodando su interpretación de la primera novela de Juan Rulfo publicada en 1955. “Ese sabor del México rural, del misterio, de la noche en México, me fascina”, explicó durante una conversación en la que habló de los detalles detrás del filme. Al terminar la cena, la lluvia había cedido, el cielo estaba limpio y el director tenía razón: una vez que uno sale fuera de la ciudad, la noche silenciosa no se siente igual, tampoco el día.

Me encuentro en un hotel ubicado a una hora de los sets instalados en las haciendas históricas de Bledos y Carranco. Lo que estaba a punto de ver era un poco del resultado de una negociación entre Stacy Perskie, Francisco Ramos (productores de la película) y la familia Rulfo, para ser exactos, con Juan Carlos Rulfo, uno de los cuatro hijos del escritor. Perskie cuenta que la historia de Pedro Paramo llevaba bastante tiempo en búsqueda de ser adaptada nuevamente (ya se adaptó en 1967, en 1978 y en 1981); Juan Carlos, quien también es cineasta, fue su conexión para acercarse a los Rulfo. “Había un entendimiento desde el principio del respeto con el que íbamos a tratar esto y esa confianza de que íbamos a tratarlo con respeto y amor”, cuenta el productor.

Fue Perskie quien invitó a Rodrigo Prieto a dirigir Pedro Páramo. Consciente del complejo reto que se avecinaba, aceptó. “Me mueve en muchos sentidos, uno es el de las generaciones y qué pasa cuando de una generación a la siguiente, a veces sin siquiera conocerse –que es el caso de Juan Preciado y Pedro Páramo–, hay secretos, dolores, todo tipo de cosas que se transmiten, a veces por la sangre, es muy misterioso”, explica.

Prieto también es consciente del curioso paralelismo que comparte con Juan Preciado regresando a sus raíces, pues su abuelo era de San Luis Potosí. En las haciendas de Villela, Bledos, Carranco; en la ciudad de Salinas y en la Huasteca Potosina, el cineasta halló su propio Comala. Los rincones de México son tan vastos que pueden hallarse lugares abandonados con cierto aire místico y que, a su vez, funcionan para construir fachadas de un pueblo inexistente. Eso era lo que necesitaba: construir los tiempos de bonanza de Comala y plasmar su inevitable abandono.

No es sencillo ubicar en qué momento de la historia de Pedro Páramo se halla la producción durante mi visita, porque el tiempo y el espacio en las páginas de Juan Rulfo –y como él mismo describió en más de una ocasión– “están rotos”. El guión adaptado por Mateo Gil (quien ya había trabajado en 2009 en una adaptación de la novela que nunca se concretó) condensó un libro con una estructura llena de saltos temporales, en la que no se sabe quién está vivo y quién está muerto. “El departamento de arte está haciendo un trabajo muy, muy grande, como cambiar la plaza de Bledos. La vemos en su apogeo, pero también la vemos en tiempos de decadencia, en un pueblo donde nadie vive. […] En Bledos hay muros que no podemos tocar porque están protegidos por el INBAL [Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura]. Pero hay partes del set que construimos y es una combinación entre construcción y el lugar real. Entonces estamos combinando efectos visuales, departamento de arte y el trabajo del equipo de asistencia de dirección. Es una logística muy complicada”, señaló el director.

La Hacienda de Bledos me recibe en un día caluroso y particularmente despejado. Ubicada en el municipio potosino de Villa del Rey, fue el lugar donde Félix María Calleja, virrey de la Nueva España, supo que Miguel Hidalgo había comenzado la Independencia de México. Sus muros erosionados han presenciado infinidad de historias y se suma la de ser el escenario para la llegada de Juan Preciado. Gracias a su desgaste orgánico, que difícilmente podría lograr otra cosa que no sea el paso del tiempo, fue el lugar ideal para retratar gran parte del fragmento de la historia que va desde el punto de vista del personaje interpretado por Tenoch Huerta.

La hacienda es árida y polvorienta, hay hojas secas repartidas en el suelo, todos los caminos están empedrados y al centro de la vereda por donde llego, se alza una iglesia de paredes desteñidas. ¿Así lo habrá visualizado Juan Rulfo? Es una pregunta que ronda en el equipo detrás del filme, pero prefieren no pensar demasiado en la respuesta. “Todos tenemos un Comala en la cabeza, eso es lo que hace a la novela de Juan Rulfo tan espectacular”, dice Carlos Y. Jacques, diseñador de producción, “logró incluir muchos paradigmas de la mexicanidad en una novela donde hay miles de tonos de México, cada persona desde su perspectiva de ser mexicano […] todo el mundo tiene su manera de encontrar su Comala”.

Comala propiamente no existe (y la descripción del libro no está relacionada con el famoso Comala de Colima), pero hubo un trabajo documental de los lugares donde el escritor mexicano pasó parte de su vida como San Gabriel y Apulco, en Jalisco, después de todo, entre muchas cosas ¿no somos los lugares donde vivimos? El pueblo que la audiencia verá en Pedro Páramo es el resultado del imaginario de Rodrigo Prieto, pero también de Carlos Y. Jacques, de otros miembros de producción y arte como Eugenio Caballero, Ezra Buenrostro y Gabriel Cortés.

Jacques hace énfasis en el inusual tiempo previo que la producción tuvo para preparar su visión de ese lugar donde “todo parecía estar en espera de algo”. En números: se dividió en 10 semanas de preparación y 10 semanas de rodaje, poco más de 235 personas del departamento de arte trabajando en locaciones, 160 personas del equipo de construcción, 25 decoradores; todos repartidos en más de 60 sets, la mayoría ubicados en San Luis Potosí, aunque hubo escenas de interiores que se rodaron en los Estudios Churubusco de Ciudad de México. La realización del filme y particularmente de Comala funcionó como el engranaje de un reloj, “es un proyecto de una envergadura bastante grande, producido como una máquina perfecta”, añade el diseñador de producción.

Las pequeñas edificaciones coloniales de la hacienda esconden fachadas del Comala ficticio. Hay letreros desgastados a propósito en los que se lee: “Sombrerería Hnos. Rueda”, “Droguería La Germánica”. Si no hubiera sabido que estaban filmando una película ahí, esa parte del set pasaría por un pueblo abandonado. “Es increíble cuando hay visitas y les haces así”, dice riendo uno de los miembros del equipo, mientras toca la fachada hueca.

En la Hacienda de Bledos también se rodaron escenas del Comala próspero, parte de la vida cotidiana de la comunidad y la fiesta de varios días que marcó el destino del pueblo tras la muerte de Susana San Juan (Ilse Salas). No es difícil imaginar la algarabía de los habitantes transitando por el suelo adoquinado, pero después podría seguir con esas ensoñaciones. En mi visita a Comala, el tiempo también “está roto”, así que es momento de viajar aún más al pasado para conocer Carranco, el lugar donde se basó La Media Luna, el hogar de Pedro Páramo.

A este punto podría pensarse que Comala es ese núcleo que le da pulso a la historia de Pedro Páramo, pero prefiero pensar en ese pueblo imaginario como la sangre que transita por las venas de la narración, su verdadero corazón es La Media Luna. La producción de Netflix encontró el sitio perfecto para desarrollarla en Carranco, una hacienda ubicada a solo un par de kilómetros de Bledos.

En Bledos me encontré con el abandono, pero en Carranco la inquieta atmósfera que caracteriza a un set de filmación está viva. Personas de todos los departamentos van de un lado a otro con urgencia. “¡Acción!”, se escucha desde una carpa en donde Rodrigo Prieto dista mucho de la apariencia relajada con la que se sentó a cenar una noche antes, ahora está en su elemento, rodando una escena con Miguel Páramo (Santiago Colores) y Damiana Cisneros (Mayra Batalla) en la cocina de la casa. La precisión de los detalles es fascinante, una cocina prerevolucionaria en toda su extensión: recipientes de barro, cazuelas enormes, alfarería tradicional que encontrarías en una cocina mexicana, especieros que parecen tener un uso prolongado, cualquiera diría que esos comales realmente acaban de calentar tortillas.

En Carranco el tiempo se detuvo, la edificación también data de los tiempos de la Nueva España, por allá del año 1600. Fuera de la cocina, incluso con el equipo de producción en movimiento, el sonido de los árboles agitados por el viento es hipnotizante. Parece que hay dos líneas temporales ocurriendo: la de la filmación y la de la historia Pedro Páramo. Y es que no importa si es un libro basado en la época previa y post revolucionaria, hay rincones de nuestro país como este, que resguardan esa esencia que Juan Rulfo plasmó tan bien en sus páginas.

Más allá de los jardines, donde los extras vestidos de militares revolucionarios esperan su turno para sus escenas, está el despacho de Pedro Páramo. Las veladoras de su escritorio tienen cera derretida, parece que el imponente personaje recién se había levantado tras firmar unos documentos revueltos en el enorme mueble de madera, con vista a un granero.

En una de las estancias de la hacienda, espero a la llegada de Manuel García-Rulfo y Tenoch Huerta, ambos dieron vida a Pedro Páramo y Juan Preciado respectivamente. No llevan puesto su vestuario y aún así, son intimidantes a su manera; es sencillo ver a García-Rulfo (quien sí, comparte un parentesco lejano con Juan Rulfo) en ese monumental escritorio dando órdenes; también a Huerta caminando por Bledos, con esa mirada dolorosa que caracteriza sus interpretaciones.

Si en Bledos entendí la grandeza de los valores de producción, en Carranco vi la grandeza emocional de esta adaptación. En ese lugar que sirvió para ser La Media Luna se siente la cercanía de Pedro Páramo; el hogar que lo vio crecer es el único lugar donde el personaje alguna vez tuvo inocencia, donde están sus únicas vivencias felices junto a Susana San Juan, cuando era niño. Para García-Rulfo es muy claro: su versión de Pedro Páramo va mucho más allá del “arquetipo de macho mexicano”, no es un héroe, pero tampoco un villano.

Cuando Tenoch Huerta vio a Manuel García-Rulfo en una lectura de guión fue un momento contundente: “¡Claro, ahí está!”, admite haber pensado entre risas. Mientras que García-Rulfo es un tanto más reservado, el actor de Black Panther comparte con suma precisión su perspectiva sobre esta adaptación de Pedro Páramo. “Es un viaje, es una road movie, es la road movie de Juan Preciado [risas], va caminando, yendo a buscar algo que nunca encuentra, como en todas las road movies, se encuentra en el camino y se libera a sí mismo cuando muere y además está buscando al padre ausente”.

En la recta final de nuestra conversación y de mi estancia en el set, ambos actores resaltan lo enriquecedor que fue trabajar con un cinefotógrafo convertido en director como Rodrigo Prieto, también el alma que hubo en cada uno de los involucrados en esta producción. Pedro Páramo es un gran ejemplar del momento que vive el cine mexicano donde hay valores de producción y calidad, no podría llevarse a cabo una adaptación como esta si no fuera así.

Un camino de magueyes me lleva a la salida de Carranco. El cielo se nubló, pero el calor pesado permanece. Han pasado unos minutos desde que Tenoch Huerta contó una anécdota que vivió junto a al director: en una escena en donde Juan Preciado debía estar arrodillado, el actor le comentó que él imaginaba ese momento mirando al cielo. “Creo que es el único escape que tiene Juan Preciado, hacia arriba”. Porque sí, hay algo en el cielo de Comala, de ese Comala que Rodrigo Prieto encontró en San Luis Potosí.