Lubezki se ha caracterizado por un estilo fotográfico elegante y con un uso de la iluminación naturalista que tiende a pasarse por alto a la hora de analizar sus películas. El visionado de sus obras se convierte en una experiencia visual llena de detalles en cada uno de los planos de sus largometrajes. Si por algo se caracteriza el mexicano, es por haber encontrado un equilibrio entre la tecnología y el gusto visual, consiguiendo a base de experimentación continua (no solo técnica, sino también estilística) distinguirse como uno de los directores de fotografía más personales de la industria, siendo imposible entender su sentido de la luz sin analizar sus colaboraciones con dos directores tan visuales como Alfonso Cuarón y Terrence Malick.
Nieto de una actriz rusa, que llegó a tierras mexicanas huyendo de la revolución bolchevique, comenzó su carrera a muy temprana edad. A pesar de no haber cumplido la cincuentena tiene en su haber cinco nominaciones a los Óscar y un BAFTA.
Mientras rodaba sus primeros largos coincidiría ya con Alfonso Cuarón en “Sólo con tu pareja” (1991), pero su primera gran oportunidad le llegaría a la temprana edad de 28 años con “Como agua para chocolate” (Alfonso Arau, 1992).
Iluminando esta bella historia de amor, Lubezki se convertiría en una joven promesa, saltando a la industria norteamericana en 1994 con “Reality Bites” (Ben Stiller). Será entonces cuando retome su relación con Cuarón en “La princesita” (1995) (que le valdría su primera candidatura al Óscar) y en “Grandes esperanzas” (1998). No es de extrañar que Tim Burton se fijara en él para fotografiar en 1999 “Sleepy Hollow”. Lubezki supo captar la mirada de uno de los directores más laureados de Hollywood, reinterpretando por completo la estética de películas anteriores del peculiar cineasta y logrando que el film fuese casi un libro de ilustraciones de una belleza inusual. Planos generales donde la luz y el color se pierden en la niebla y los personajes caminan en una penumbra propia de un cuento de hadas. Cualquiera podría haber esperado una película con cierta apariencia victoriana cercana a “Barry Lyndon” (Stanley Kubrick, 1975. Fotografiada por John Alcott), sin embargo Lubezki crea una atmósfera de cine negro con tintes mágicos sin necesidad de un despliegue de efectos visuales.
Tras su segunda nominación a los Óscar, y después de demostrar sus habilidades tanto técnicas como creativas, Cuarón volvería a cruzarse en el camino de su compatriota con un proyecto diametralmente opuesto a “Sleepy Hollow”. Un proyecto luminoso, sucio y realista como “Y tú mamá también” (2001), le daría la oportunidad a Lubezki de demostrar su versatilidad como fotógrafo. En esta road movie que retrata la experimentación adolescente de dos jóvenes mexicanos, Lubezki se aleja del recuerdo preciosista de “Thelma y Louise” (Ridley Scott, 1991) para facturar con Cuarón un veraz testimonio a base de planos muy abiertos. La cámara en continuo movimiento no hace más que adentrarse en la apatía y el hedonismo de los personajes, dejándonos una fotografía despojada de cualquier atractivo visual al servicio de la narración. Durante los cuatro años siguientes Lubezki dejó patente no solo su buen gusto a la hora de entender un guión “Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket” (Brad Silberling, 2004), sino su buen conocimiento del oficio y su profesionalidad en proyectos tan dispares como “El asesinato de Richard Nixon” (Niels Mueller, 2004) o “Alí” (Michael Mann, 2001).
La última vez que habíamos podido disfrutar de una película de Terrence Malick hasta 2005 fue en 1998 con “La delgada línea roja”. Malick tenía entre manos un nuevo proyecto, “El nuevo mundo” (2005), una adaptación más que libre y con cierto tono lírico del cuento de Pocahontas. El director había decidido trabajar con el aún joven pero ya consagrado Lubezki, que tendría la ardua y difícil tarea de sustituir a pesos pesados de la fotografía como Néstor Almendros (“Días del cielo”, 1978) y John Toll (“La delgada línea roja”, 1998). Malick y Lubezki estuvieron trabajando en un proyecto que finalmente nunca salió adelante, una biografía del Che Guevara donde establecieron unas directrices fotográficas que utilizarían en el nuevo mundo, y que serían la seña de identidad de su colaboración: uso de la cámara en mano, luz natural y planos aparentemente subjetivos en todo momento. Malick y Lubezki se entendieron a la perfección, resultando “El nuevo mundo” una película sumamente estética, oscura y misteriosa. Pese a los problemas de producción, Lubezki demostró su creatividad consiguiendo su tercera nominación al Óscar. Mientras, Malick había encontrado un aliado que estaba dispuesto a experimentar sin límites.
Un año después, Cuarón estaba preparando su proyecto más ambicioso hasta la fecha, “Hijos de los hombres” (2006). Un historia ambientada en un Londres desolador en el que la humanidad está llegando a su fin al no poder nacer niños. Planteado de forma directa y realista, Lubezki abusó de la cámara en mano con grandes angulares dejando que los personajes se desplazaran de un lado a otro del encuadre a lo largo de largos planos-secuencias magistralmente planificados. No importa que sean escenas de acción o diálogos, el tratamiento provoca una fluidez narrativa que te adentra en la historia sin dejarte escapar. Lubezki creó una atmósfera extremadamente realista gracias a su uso de la luz solar en los exteriores y la luz de las ventanas y elementos de las escena en interiores. Una película gris, fría y austera que le reafirmó como uno de los mejores operadores del momento y le valió su primer BAFTA y su cuarta nominación a los Óscar.
En su siguiente trabajo, “Quemar después de leer” (2008) sustituiría con éxito a su compañero Roger Deakins (habitual colaborador de los hnos. Coen), con una fotografía sencilla y acorde con una comedia negra desde el particular punto de vista de los directores de “El gran Lebowsky”.
En 2011 Lubezki y Malick se reunirían para consolidar el dogma cinematográfico particular que ya habían planteado en “El nuevo mundo”. “El árbol de la vida” (2011), un ensayo que se adentra en las conexiones del ser humano con el universo desde un punto de vista extremadamente poético, permitió a estos dos artistas colaborar estrechamente en un proyecto de un marcado carácter personal. Utilizando todas las técnicas a su alcance, Lubezki consigue con esta película una experiencia visual total.
Rodada a lo largo de nueve meses y con más de 600.000 metros de película sobre la mesa de montaje, “El árbol de la vida” nos zambulle en imágenes que caminan entre lo costumbrista y lo onírico. La cámara se mueve como si corriera al lado de lo niños de forma sutil y precisa, mientras que la luz de los atardeceres y amaneceres nos impregnan de recuerdos, alternados con espectaculares imágenes recreadas por ordenador (por primera vez en la obra de Malick) del universo. Lubezki y Malick nos demuestran la conexión que existe entre ambos y su concepción de la imagen y la narración cinematográfica va más allá del propio cine y se adentra en el terreno de lo personal. Al mexicano le valió para recibir su quinta nominación al Óscar y demostrar que es uno de los directores de fotografía consagrados más prometedores del panorama actual.
por Carlos Terroso