El proyecto Institucional Improntas de la dictadura en el campo filosófico de Córdoba, recuerda a la querida Nora Cortiñas por medio de la semblanza de Mariana Tello, a la que agradecemos mucho las palabras.
“Hace unos días nos dejó Norita. Su historia, en algún punto, era el de todas las madres. Mujeres nacidas en los años 30, tuvieron una vida de mujeres tradicionales. Un marido. Dos hijos y un taller de costura. Una prosperidad previsible, una casa comprada con un crédito del banco hipotecario y vacaciones en la playa. Todo, y un buen día, el abismo. En el caso de Norita la catástrofe tiene fecha y nombre: la desaparición de su hijo Gustavo el 15 de abril de 1977. Una catástrofe por mucho tiempo imposible de nombrar, que cambió la vida de muchas, y a través de ellas las formas de pensar lo político en Argentina.
Si nos escuchamos con atención lo vivido por esas mujeres, el desenlace parece imposible. Las madres (aún con minúsculas), se encontraron unas a otras en los lugares en los que reclamaban por sus hijas de hijos, y se reconocían unas a otras por su forma de andar. Un andar apesadumbrado y expectante. ‘Crearon juntas -dice Cora Gamarnik- una organización a partir de la desolación y el horror. Fue un aprendizaje lento, doloroso, irreversible. (…) hay en esa transformación conmovedora una politización en la que lo íntimo del dolor se transforma en comunidad afectiva, en lugar incondicional de justicia y de verdad’. Juntas, ese andar se transformó en el andar erguido y desafiante, en la demanda constante ante cualquier injusticia, la lucidez en la palabra justa con la que hoy reconocemos a las Madres.
Porque las Madres (ahora con mayúsculas), y Norita en particular, vivieron muchas vidas. Y Norita estaba en todas. Llegaba siempre, a donde hacía falta. A veces en taxi, a veces trepada a una moto, últimamente en silla de ruedas. Llegaba. Se calzaba el pañuelo, se incorporaba detrás de la bandera que tocara. La última vez que la vi, fue en la casa de las Madres, en la ex ESMA. En una actividad donde conversamos con ella sobre feminismo. Norita capaz de repensarse en esa clave sin tratar de forzar una “ilusión biográfica” que la volviera un ideal inalcanzable. Tan aguerrida como vulnerable. Tan acertada como falible.
El jueves Norita nos dejó. Cada vez que muere una madre lo vivo con una sensación de absurda sorpresa. En algún lugar de mí habita la fantasía de que todos esos dolores vividos, todas esas batallas libradas, las han hecho inmortales. Y luego Emi, Hebe, Sonia, ahora Norita, mueren. Ellas que han vivido tanto, tantas vidas, mueren. Y eso no hace más que sumirnos –cada vez- en un sentimiento de infinita orfandad.
Norita nos dejó. Y decían algunas de las innumerables notas de prensa que la recordaron estos días, que en los últimos tiempos iba a clases de canto y ensayaba “como la cigarra”, aquel himno de los resucitados. Como un presagio. Norita sigue cantando al sol. Viviendo todas las vidas que cambió. Las de las militantes de derechos humanos, las de las luchadoras por el divorcio, las de los pibes perseguidos por la yuta, la de los villeros que caminaron con ella, la de las pibas que le llenaron la cara de glitter verde en las marchas por el aborto, las de las lesbianas y las travestis peleando por no ser asesinadas. Norita, la del pañuelo blanco en la cabeza, la del pañuelo verde en el puño, la del palestino. Norita sosteniendo todas las banderas. Sos vos, somos y seremos tantas caminando por los caminos por los que anduviste, luchando las luchas que luchaste, cantando al sol.” (Mariana Tello)