La construcción del tiempo ha sido central en la arqueología. Entre muchas, una de las miradas fue la de Florentino Ameghino, quien postuló un esquema evolutivo que proponía la antigüedad del hombre americano en un contexto fundacional de la disciplina.
En 1885 escribió un informe sobre las tareas realizadas en los alrededores de la ciudad de Córdoba, lo tituló “Informe sobre el Museo Antropológico y Paleontológico de la Universidad Nacional de Córdoba durante el año 1885”.
Este esquema le permitió plantear la existencia de ocupaciones humanas muy antiguas, con una tecnología que caracterizó como puntas de dardos; y otras ocupaciones más recientes, con cerámica y análogas a los aborígenes históricos.
Luego de que la teoría evolutiva de Ameghino es defenestrada, Félix Outes reinterpreta estos sitios y contextos arqueológicos y los caracterizó como recientes. A partir de ese momento comienza una percepción, con la influencia de la escuela histórico-cultural de Viena, de que esta parte del mundo se había poblado unos pocos siglos antes de la conquista y era el área marginal del noroeste argentino.
A principios de los ’40, Aníbal Montes, siguiendo los postulados de Ameghino creía firmemente en la antigüedad temporal de las ocupaciones humanas en el territorio, y al respecto planteó:
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Es por esto que diseñó una aproximación experimental tendiente a evaluar el grado de mineralización de los huesos encontrados en diversos sitios y yacimientos. Para Montes el grado de mineralización permitía brindar una aproximación relativa a la antigüedad del objeto y por extensión a la del contexto.
Estos eran los estratos definidos por Florentino Ameghino y de los cuales Montes busca establecer su cronología.